Aterrizando

Lo único que me capacita para escribir un blog es que tengo un ordenador, mucho tiempo libre y un asombroso conocimiento del idioma. Esto último es mentira. Y me disculpo por ello. Lo cierto es que después de escribir estas líneas, Ángela las leerá y me ayudará a ver si mi frágil intento de dar un tono humorístico al relato ha quedado reflejado.

Solo permitidme un último apunte antes de empezar. Si buscáis un blog con información del tipo ‘cómo moverse por Buenos Aires en metro’, ‘cual es el barrio más trendy de Shangai’ o ‘cuanto cuesta alquilar una scooter en Indonesia’, estáis en el lugar equivocado. Lo más probable es que aquí os encontréis análisis del tipo ‘India: el impacto cultural de las bacas sagradas en la ingeniería del automóvil’, más que algo del tipo guía de viaje, para lo cual ya existen numerosas y excelentes alternativas.

Propósito: diversión. Al fin y al cabo, estamos hablando de viajar.

Venga Javi, ya.

Tenéis razón. Despegamos.

¿Sabéis esas películas en las que el trailer prometía emociones fuertes y a los veinte minutos del comienzo sabes que te la han jugado?

Delhi no es de esa clase de películas.

Tras dejar las mochilas en el hotel y dormir una siesta de cuatro horas (chúpate esa, jet lag!), nos pusimos en marcha. Siempre decimos que la mejor manera de descubrir un lugar es caminando, aunque rápidamente caímos en la cuenta de que para conocer esta ciudad a pie necesitaríamos al menos tres vidas, así que decidimos coger nuestro primer rickshaw. Nos queda claro al poco de subirnos que el sentido de la vía no tiene la menor importancia. Es simple, uno va a donde quiere por donde mejor le parece. Tiene la palabra Amir, nuestro conductor: ‘’Para conducir en La India necesitas tres cosas, uno: un claxon, dos: un freno, tres: suerte’’.

Desde el barrio donde nos alojamos, Rajinder Nagar, hasta el indomable barrio de Paharganj, en un trayecto de unos escasos 5 km, vemos animales suficientes como para construir una nueva y flamante arca de Noé. Mulas, camellos, monos, cabras, gallinas, cuervos, jabalíes, perros y muchísimas vacas escuálidas fueron nuestra escolta hasta el main bazaar.

Una vez allí comenzamos a cuestionarnos todo lo que sucedía a nuestro alrededor. ¿Por qué la gente camina como si supiese a dónde va? ¿llegará algún día a nuestras vidas la moda de los bigotes retorcidos? ¿es mucho pedir que pasen más de dos segundos sin que suene un claxon? ¿en qué pensaban los turistas cuando decidieron que vestirse como la gente local era una buena idea? ¿camisas de lino hasta las rodillas? ¿pantalones bombachos? ¿en serio? ¿no tienes abuela? Al menos siéntate normal. En fin.

Lo cierto es que el shock fue tan considerable que nos vimos en la necesidad de escapar de inmediato, así que decidimos entrar en nuestra primera taberna india. ‘’Aquí no vendemos alcohol’’, nos dicen. ‘’Ya empezamos con las tonterías’’, pienso. Nos metimos en callejuelas cada vez más pequeñas y polvorientas. De pronto, un señor con cara de no dormir bien desde 1995 nos frena con entusiasmo: ‘’Cold beer?’’ No vacilamos ni un instante y decidimos que era buena idea meterse en un tugurio apestoso que pondría los pelos de punta a más de un orco. Pero ya sabéis, a veces el alcohol te hace cometer estupideces. Dos cervezas Kingfisher más tarde, comenzamos a ver las cosas de otro modo.

Decía antes que Delhi es una de esas películas que dan lo que prometen y, amparados por las evidencias, volvimos a donde la habíamos dejado. Continuamos nuestro camino hacia la ciudad vieja, donde visitamos el Fuerte Rojo y Chandni Chowk, uno de los bazares más antiguos de La India, un lugar que parece anclado en el siglo XVII, cuando las procesiones imperiales mogoles desfilaban a través de sus angostos pasadizos. A nosotros nos traslada a las películas de aventuras de la infancia, un lugar donde cohabitan mercaderes, fakires (¡gracias!), músicos, funambulistas y encantadores de serpientes, que montan su espectáculo en frente de bulliciosos puestos de especias, telas y artesanía, donde nada tiene precio fijo e impera la ley del más impostor.

Después de tres días aquí, tenemos muy clara una cosa. Delhi es, sobre todo, infinita. Mires donde mires, todo está atestado de gente. Las carreteras, los vagones del metro, los mercados, las aceras, los puestos de comida callejera y la farmacia que tienes a la vuelta de la esquina. Esa infinitud hace que a las cuatro horas de haberte despertado tengas la cabeza como un bombo. Es inevitable. Por suerte, encontramos un punto débil dentro de esta inmensa jungla de asfalto: los parques.

A Delhi hay que reconocerle una cosa, y es que tiene zonas verdes en casi cualquier rincón. Así que, cada tarde, después de soportar todo el caos humanamente soportable, adoptamos la rutina de visitar alguno de sus parques para poner la cabeza de nuevo en su lugar. Allí vivimos en primera persona la pasión que sienten los indios por el cricket. Después de varias jornadas, seguimos sin entender muy bien porqué.

Gracias por leernos. Volveremos pronto.

 

15 comentarios en “Aterrizando

  1. Ha ha ha ha, buen intento pequeños/as padawanes. Mucha suerte en vuestro viaje!

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  2. Ains…. que ganas da de perderse por alli… de andar por esos parques y perderse por esas calles estrechas

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    1. Las calles estrechas están sobravaloradas Sandra. Al menos en La India 😉

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  3. Hola desde México,,,, aquí iniciando con la lectura del Blog,,,, me ha encantado,,, felicidades,,, y les deseo muchas aventuras en los próximos destinos,,, mientras yo,,, seguiré leyendo,,,, 🙂 atte. Los hermanos de Chiapas, México. 😉

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    1. Hola, hermanos! 🙂 Nosotros estamos en Cuba ahora, suplicando un poco de wifi con una botella de ron 🙂 Nos hemos reencontrado con el calor y el color, al fin 😉 Me alegro que os haya gustado el blog, por aquí seguiremos 🙂 Ojalá nos podamos reencontrar en Chiapas. Un abrazo grande!

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  4. Tengo una reserva sin introducir, me ayudas? @lpicon

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    1. Luis Picón! Qué pasa! Oye, acabo de salir de China, me vine a Cuba y tengo Caracas a la vista. ¿Qué te parece? Más rojo no puedo estar! 🙂

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