Annapurna. Capítulo tres: una marca de altura

“Recesión” debe ser una de las palabras más utilizadas en lo que llevamos del siglo XXI. Los políticos la utilizan cuando se refieren al desplome de la actividad económica y comercial que ellos mismos han  provocado. Los programadores informáticos la utilizan para hablar de, bueno, lo que sea que hablen los programadores informáticos. Yo mismo la utilicé una vez en la charcutería del super y puede que esa sea la razón por la que nunca me corten el jamón york en finas lonchas.

Esa dichosa palabra volvió a merodear mi cabeza cuando, de camino al MBC (Machapuchare Base Camp), nos detuvimos. »Igual tenemos que parar un momento, no veo.» »¿Cómo?» pregunté. »Que no veo, no puedo ver nítido, solo veo siluetas, destellos» me contestó Ángela. Volvió la psicosis con el mal de altura, esta vez con empuje. Había que sacar la artillería pesada. Agua, pomada hidratante y un Toblerone gigante que reservábamos para cuando llegásemos a la meta. Ligeramente inquietos, nos sentamos a esperar.  Y es que hay cosas que escasean allí arriba, sobre todo, las opciones. Afortunadamente, no pasó a mayores, y alrededor de media hora después, Ángela empezó a recobrar la normalidad. El optimismo, que estaba a punto de largarse por la puerta, dio media vuelta y recuperó el dominio sobre mi estado de ánimo. Tras el susto, decidimos continuar y, una vez que llegásemos al MBCconvendríamos que hacer al día siguiente.

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Por la mañana, saliendo de Deurali, el frío se dejaba ver por todas partes

Esa tarde, ya en el lodge, el frío empezó a ser insoportable, y tuvimos que pedir (más bien suplicar) que nos diesen mantas extra. Por la noche, comprendí cómo te sonríe la vida a  3.700 metros de altura. Tenía que decidir entre salir de la cama para ir al baño -oportunamente situado en el exterior, a quince grados bajo cero- o mantener la compostura hasta que saliese el sol. Estuve dándole vueltas durante casi una hora, hasta que finalmente, salí. Todavía me emociono cuando lo recuerdo.

La madrugada del 22 de Noviembre, nos levantamos muy temprano para poder llegar a ver amanecer en el campo base del Annapurna. Estoy bromeando, obviamente. En realidad -dilemas personales aparte- esa fue una de las noches en las que mejor dormimos de todo el trekking, que dicho sea de paso, no fueron demasiadas. Al menos esta llegó en el momento preciso, por todo lo que nos esperaba ese día.  

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Al lado del Machapuchare Base Camp presenciamos un rescate en helicóptero

Antes de ponernos en marcha decidimos pasar al plan… Bueno, creo que a estas alturas ya estábamos en el plan D: subir cuando el frío diese un respiro y bajar, al menos, hasta Dovan. El plan A era haber llegado al campo base la tarde anterior y bajar pronto esta misma mañana para llegar hasta Bamboo, situado a unos 15 km de distancia. El plan E era dedicarse al pastoreo de cabras tibetanas.

A los veinte minutos de empezar la subida, me quedé sin aire. Apenas podía respirar, y nos vimos obligados a parar en varias ocasiones. Digamos que llevaba un ritmo tan vertiginoso como el de un caracol de jardín. Por el contrario, Ángela, tras el incidente del día anterior, estaba demostrando tener los pulmones de una ballena azul. 

Continuamos ascendiendo un buen rato, pero no había manera de llegar. Por fin, en el momento en el que más apretaba el frío, alcanzamos a ver el campo base. Fue ahí, al darnos cuenta de que ya estábamos muy cerca de la meta, cuando empezamos a volar. Ver el objetivo no como un propósito,  sino como algo real, nos propulsó. Ahora avanzábamos a toda velocidad. Las piernas ya no pesaban. Teníamos suficiente aire como para sobrevivir todo un Agosto en Barcelona. Habríamos hecho los últimos 400 metros corriendo si hubiese hecho falta. Estábamos pletóricos. Habíamos llegado. 

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Desde este punto conseguimos ver el ABC, nuestra meta al pie de la montaña

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Sí. Conseguimos llegar hasta los 4.130 metros que nos separaban del nivel del mar. Nunca antes habíamos llegado tan alto, y sin duda la ocasión merecía un trago del mejor bourbon, pero a falta de esto, nos tuvimos que confirmar con un té caliente y una foto de recuerdo. 

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De vuelta al lodge, nos encontramos con un chico que se mostraba eufórico por haber podido presenciar una avalancha en directo unos días antes. Al igual que no entiendo a las personas que se tiñen la barba de rubio platino sin ser negros ni jugar en el Arsenal, tampoco le entendí a él. Tras asegurarnos de que nuestras vidas tomaban rumbos completamente opuestos, iniciamos el camino de vuelta.

El regreso fue intenso e igual de agotador, aunque también nos regaló momentos inolvidables. Entre Dovan y Bamboo, para júbilo generalizado, se nos hizo de noche. Cruzar un bosque en la oscuridad es similar a llegar a casa de tus padres con unas copas de más. Hay nervios, inseguridad y mucha tensión. Mides muy bien tus pasos e intentas ser silencioso, pero es inevitable acabar golpeando el mueble equivocado o pisando una rama. Ese ‘crac’ al quebrarseretumba en la oscuridad como la batería de Dave Lombardo. Por suerte para nosotros, los animales parecían dormir a pierna suelta.

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Gracias a estos señores, puedes tomar café o un plato de  macarrones con queso a miles de metros de altura

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Llegamos al pueblo con un cansancio que rozaba el delirio. Ángela, que siempre se jacta de que tiene una tolerancia al dolor mucho más alta que la mía o cualquier otro de mi género, incluidos los aficionados del Espanyol, no hizo una excepción aquella tarde. Lo que no rozaba, sino que traspasaba esa barrera, era nuestra higiene personal. Así que, tras nuestra primera ducha en tres días (el agua caliente se paga a precio de ternera de Kobe), dormimos abusando del reloj. En Hot Springs, al día siguiente, nos dimos un más que merecido baño en sus aguas termales, bebimos unas cervezas y escuchamos canciones de Eddie Vedder. Abandonamos la montaña del único modo en que se abandona un lugar, arrastrando los pies y con una resaca considerable.

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De vuelta en Pokhara, nuestros viejos anfitriones pusieron cara como de entre estupefacción y alivio. A las pocas horas de llegar, fui a una lavandería pública con cuatro kilos de ropa maloliente. Cuando la lavadora empezó a funcionar, me puse a pensar en cuanto tiempo podría resistir el trabajo de encargado de un sitio así antes de cometer un asesinato en masa. Un rato después me fijé en que la ropa había hecho dos ciclos completos y que había olvidado echar detergente. La ropa estaba aclarada a conciencia y yo era 500 rupias más pobre, pero, lo que quiero decir con esto, es que no hace falta ser muy hábil para sobrevivir por tu cuenta en los Annapurnas. 

Y aunque después de todo me sentía como el hombre de hojalata después de un año sin aceite, al menos las crueles realidades de la fisiología no se habían manifestado con toda su firmeza y no habían convertido nuestro trekking por Nepal en uno de mis partidos de fútbol del domingo: algo cuyo resultado se veía venir.

Esta vez, ganamos.

9 comentarios en “Annapurna. Capítulo tres: una marca de altura

  1. «El mal de altura»ya pero sustos llevais ehhhhh,la recompensa el pueblo precioso las montañas,lo del frio ni pensarlo pero da gusto veros y Angelaa en las termales,la ropa en fin no es lo tuyo…..petonets muakisss

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    1. Ya puede estar el agua calentita !!!!!como premio a tan duro esfuerzo ….nos da vertigo tu tio pepe se le caen los ojos viendos x esas montañas , ya le gustaria !!!!le recuerda el camino d santiago , pero mucho mas duro bsss chicos .

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      1. Ya nos hubiese gustado poder comer pulpo y tomar un Godello al llegar a la meta 🙂

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  2. Chicos lo habéis conseguido…. cada capítulo que leía por vuestra aventura por el Annapurna se me encogia los pulmones…(yo sólo pensaba madre, lo peor es que una vez de la meta el regreso🤦‍♀️). Toda una hazaña.
    Cuando empecé a leer que Ángela perdía la visión…. Que tensión.
    Por otra parte siempre os pasan cosas por la noche/oscurece…. recuerdo que Ángela me contaba en una ocasión que en uno de nuestros viajes os pillo la noche en medio de una jungla/playa hasta llegar a vuestro hotel.
    Cuidaros mucho Chicos…😚😚😚

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  3. Creo que Sebas tiene el mal de altura. Muchos besitos pareja!! No pares de escribir Javi. Te echamos de menos en Mordor, sobretodo yo!!

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    1. 🙂 🙂 🙂 Sebas tiene todos los males del mundo, por eso se ríe como un demonio. Yo también te extraño Isa, aunque de viaje no se está nada mal, que te voy a contar 🙂 Te dejé las llaves de Mordor debajo del felpudo, por si ves que te agobias y quieres cerrar el kiosko hasta el verano 😉

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