En el instituto sobreviví a clases de matemáticas que habrían hecho llorar al mismísimo Pitágoras. Sin embargo, durante un curso tuve la suerte de coincidir con un profesor que era diferente a los demás. A pesar de odiar las matemáticas tanto como desayunar pladur, sus clases me gustaban. Un día, me espetó: ‘’Javier, supoño que xa o sabes pero, todos imos morrer algún día. A ti correspondeche intentar escoller o mellor modo de facelo. Eu non teño dúbidas. O que quero é morrer de risa. Pensa nesta gráfica que tes diante da mesma maneira.’’ Comprendí que para resolver un problema siempre hay distintos caminos y que el mío solía ser el que más nubarrones tenía. Su opción era la solución elegante, y con ella, cualquier gráfica se resolvía de manera natural. Cobraba sentido.
Hace dos días llegamos a Varanasi, nuestra última parada en La India, después de nuestro paso por Orchha. Allí, por gentileza de algún puesto de comida ambulante, cogí un virus estomacal que irrumpió desconsideradamente en mi organismo dos días después, en Khajuraho. Así que tocó estar en cama en la ciudad de los templos molones del Kamasutra, aunque sin poder cambiar de postura. Pero no todo el tiempo, porque también tuve ocasión de vaciar el contenido de mi estómago en un retrete bastante menos molón.
Varanasi nos encandila desde el minuto uno. Sin ninguna duda, es nuestra ciudad favorita de toda La India. La gente que vamos conociendo, incluido el chico que se ocupa del bienestar de nuestro hotel, nos recomienda encarecidamente madrugar, o directamente pasar la noche en vela, para dirigirnos cuanto antes a la orilla del Ganges, donde deberíamos esperar la salida del sol sobre una de las escalinatas de piedra situadas a lo ancho del río sagrado. Lo de pasar la noche en vela en un hotel que no tiene bar quedó descartado de inmediato, así que nos fuimos a dormir.
Cuando te despiertas y lo primero que escuchas de la persona que duerme a tu lado es ‘’¿sabes que el cerebro se mantiene consciente después de la muerte?’’, asumes de inmediato que el día será interesante. Dejamos la habitación a las cinco de la mañana, esa hora donde entre semana nunca pasa nada a no ser que frecuentes karaokes de dudosa reputación. Pero Varanasi, la ciudad más antigua del mundo que ha sido habitada ininterrumpidamente, es una muchedumbre constante de gente a esa hora de la madrugada.
Caminando, llegamos a uno de los dos crematorios que se acuestan a la orilla del río. La vista desde la escalinata es sobrecogedora. Todo parpadea, huele, aturde, agota. Todo despierta curiosidad, todo absorbe e hipnotiza al tiempo que suscita desasosiego. Decenas de cuerpos esperan pacientemente la hora de la cremación en alguna de la piras funerarias que tenemos a pocos metros de distancia. Nos dicen que aproximadamente unas 200 personas son incineradas aquí cada día. Otros tantos, los que no pueden permitirse pagar la madera, son arrojados al agua colgados por una piedra. Se suceden una detrás de otra, escenas que nos serán difíciles de olvidar. En varias ocasiones necesito comprobar la fecha en el móvil y confirmar que todavía sigo viviendo en el siglo XXI.
Lo cierto es que nuestra educación nos impide comprender los entresijos de una cultura tan profundamente distinta como la suya. Pero no hemos venido hasta aquí para juzgar, sino a observar y respetar. Así que por eso, al menos en parte, nos sentimos aliviados y extrañamente tranquilos.
A pesar de todo lo que nos rodea, que no es poco, en la gente abunda optimismo. Nadie se muestra abatido ni compungido. Ni un llanto. En occidente, la muerte suele ser un callejón oscuro, sin salida, igual que mis lejanos planteamientos matemáticos. En La India es una celebración. Creen que de este modo, el río purifica sus almas y pueden estar más cerca de los dioses. Ellos, al igual que Xan, mi profesor, también quieren irse con alegría, y al mismo tiempo, encajan la desaparición de manera elegante. Es una postura admirable porque, al fin y al cabo, ¿a quién no le amargan las despedidas?.
Lo malo es que mi experiencia como estudiante me enseñó que la elegancia es imprevisible. Surge donde menos te lo esperas y en muchos casos sólo aparece cuando dejas de buscarla.
Espero que todos la encontréis para cuando llegue la hora.
Anís… chicos, Ya tardabais en publicar😊.
Debe ser increíble ver lo diferente que es despedirse de la gente querida, y como bien dices con esas tranquilidad y alegria; cosa que en occidente parece impensable o por lo menos complicado.
¿Cuál será vuestro próximo destino?
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Así nos hacemos de rogar😉,
Lo hacen de una manera muy primaria…Te sobrecoge ver cómo delante de ti están quemando cuerpos ( quedará en nuestra memoria) y justo al lado hay personas lavando la ropa, perros olfateando y niños jugando.
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