Le llamaban Trinidad

Uno nunca sabe a ciencia cierta de dónde le viene la pasión por algo, aunque probablemente, como aseguraba Benjamín Espósito en El secreto de sus ojos, ‘’la verdad está en los detalles’’. De pequeño, pasé largas temporadas en casa de mis abuelos y, aunque mi abuelo siempre fue una persona bastante reservada, era incapaz de esconder sus dos grandes pasiones: mi abuela y el Real Madrid. Todo lo demás quedaba en un escalón inferior. El cine, sin ir más lejos. Para él, las películas se dividían en cuatro grandes géneros: de vaqueros, de romanos, de cantar y españolada

Los fines de semana, solía pasar tardes enteras viendo películas con él. En una de aquellas sesiones de domingo, en la tele asomó la figura de un pistolero que no se parecía en nada a los demás. Ocultaba su rostro bajo un sombrero para protegerse del sol, e iba cruzando el Oeste acostado plácidamente en un camastro arrastrado por su caballo. Enseguida quise ser aquel vaquero holgazán atravesando Arizona. »¿Qué película es ésta?», pregunté. ‘‘Le llamaban Trinidad’’, dijo. Me acuerdo perfectamente porque mi abuelo, cuando no hablaba en gallego, sonaba siempre tan socarrón como Terence Hill en pantalla.

iglesia trinidad cuba
Trinidad es el asentamiento colonial mejor conservado de toda la isla
casa colonial trinidad
¿Se puede tener más estilo?
casas trinidad cuba
En contraste con el bullicio del centro, los alrededores todavía conservan ese aire costumbrista que tanto nos gusta
chevy-trinidad
Mi coche favorito siempre ha sido el Cañonero. En Cuba, me lo replanteé en repetidas ocasiones

En Trinidad, como en toda Cuba, el ron es una religión. Es tradición honrar a los antepasados derramando sobre el suelo unas gotas cuando se abre una botella. Y es que, en un bar, si se presta atención, se puede aprender de todo. Los bares locales brindan dos cosas: hígados inflados e identidad. En nuestra opinión, no existe una guía de viajes mejor. Para bien y para mal, yo me críe en uno, así que supongo que eso me marcó: en un bar, me siento como en casa, de modo que, cuando viajamos, siempre buscamos uno cuando tenemos sed, claro, pero también cuando queremos respuestas.

Para un pueblo, la casa es su rutina y el bar, un refugio. Se puede hablar de todo. Política, baile regional, macroeconomía, tipos de aguardiente, historia de América, el flujo de las mareas, crónica rosa o crónica negra. De fútbol, por supuesto. Ningún tema se resiste. Todo es susceptible de ser analizado, destripado o tergiversado. Todo el mundo opina. En un bar hay que dejarse ver pero también hacerse oír. Los bares son como el primer senado griego, como un vagón de segunda clase de un tren en La India, como una peluquería italiana. Es ahí donde se gestan las corrientes de opinión. Quien es un héroe o un villano. Estar arriba o abajo. Si el bar te respeta, el pueblo lo hace. Si el bar se mofa, el pueblo te machaca. El alcohol se huele, se escuchan los golpes de las fichas de dominó encima la mesa, hay cachondeo generalizado sobre el nuevo calzado de cierto vecino, se vende tabaco de contrabando, alguien espera impaciente a que otro termine de leer el periódico, los vasos de tubo se apilan en el fregadero, en la barra se emiten juicios de estado acerca del valor de un kilo de almeja. 

En un bar está todo: el seleccionador nacional de fútbol, la lonja, el casino, el congreso de los diputados, el periódico, el taller, la iglesia, el club de la lucha, el colegio y la universidad. Lo extraño es que aquí, en Trinidad, los bares no tienen voz. (Hablo de bares de toda la vida, donde la población local está a ambos lados de la barra, no solo detrás de ella. Bares donde no sirven mojitos, sino ron). Como decía, aquí la gente bebe y calla. El bar es la rutina y la casa, su refugio. Allí sí se habla ya que, como dice Santiago, nuestro anfitrión, »en un bar cubano nunca sabes quien puede estar escuchando».

trinidad cuba
Como en cualquier pueblo que se precie, siempre hay abuelas observando tras alguna puerta
mercado trinidad cuba
Todos los días se montaba en la calle este pequeño mercado frente a nuestra casa 
trinidad atardecer cuba
A pesar del evidente paso del tiempo, Trinidad sigue siendo uno de los lugares más bonitos de Cuba
vaquero trinidad
Por imágenes así nos encantó Trinidad.  ¿A quién no?
callejuela trinidad
Aunque a lo mejor nos gustó tanto solo porque nos recordaba mucho a Gràcia 

Además del ron, el otro punto caliente de toda ciudad cubana es la casa de la música. La de Trinidad es la más famosa de todas. Una bonita casa colonial situada en lo alto de la ciudad, distinguida con una amplia escalinata donde se agolpan lugareños y turistas para disfrutar cómodamente del espectáculo. Y, del mismo modo que Top Gun es un anuncio de Rayban de casi dos horas, la pista de baile se convierte en una comitiva de profesores de salsa que te venden continuamente que hay seres humanos que no tienen la cadera de titanio.

Mi política de baile es muy simple: si puedo, trato de evitarlo. Hay excepciones, claro. Una boda es un ejemplo obvio. Pero incluso en ese caso, mi baile se limita a tres o cuatro movimientos muy básicos que trato de coordinar con otras personas para parecer menos idiota. A no ser que 1) estoy de muy muy buen humor para cosas inverosímiles o 2) he sido descaradamente envenenado. No se dio ninguno de estos factores, de modo que me mantuve al margen.

casa música trinidad
Las escalinatas de la casa de la música a media tarde, antes de que suceda la magia
estudiantes cubanas trinidad
Pocas cosas tan retro como los uniformes escolares con calcetines subidos hasta las rodillas
MÚSICA CALLEJERA TRINIDAD CUBA
El tipo que vendía helados frente al tipo que cantaba Guantanamera todo el día. Los idolatramos a ambos
casa música trinidad
No tocaban en la casa de la música, pero fue el grupo que mejor nos lo hizo pasar en toda Cuba

Trinidad, al igual que mi abuelo, decidió que ya había vivido suficiente, y ahí se quedó, acostada en el tiempo. Desconozco cómo habrán encajado sus habitantes este letargo pero, en lo que respecta a mi abuelo, me gusta imaginar que, como el vaquero de nuestra historia, descansa acostado sobre un camastro, remolcado por un caballo mientras cruza sonriendo algún desierto, con las manos detrás de la nuca y con su distinguido sombrero protegiéndolo del sol.

Y me gusta pensar que si de algo me viene la pasión y el afán por viajar, y ese algo me ha hecho recorrer miles de kilómetros hasta llegar aquí, es en parte gracias a él y a aquellas tardes de cine de vaqueros.

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