Oda a la parsimonia: las 4.000 islas de Laos

Imaginad la siguiente escena: un joven se queda durmiendo en su bungalow mientras su pareja se ausenta durante un tiempo en las 4.000 islas de Laos. Le ha dicho que solo quiere que haga una cosa mientras está fuera. No tiene que hacer la mochila. Tampoco tiene que preparar el desayuno. No hay nada -por suerte para el vecindario- que tenga que arreglar. Solo esto: ella le dice que apenas le quedan dos mudas de ropa limpia que pueda ponerse. Necesita que su descerebrado pero inseparable compañero busque al encargado cuando éste regrese y le entregue la bolsa de ropa que le ha dejado al lado de la puerta.

Vale, ¿cuánto tiempo esperará ese joven para ir a la lavandería?

Todo el que pueda y un poco más. Los seres humanos estamos hechos para aplazarlo todo para luego. Siempre vamos a esperar hasta el último instante para abordar cualquier obligación. Para algunos, ese momento llega lo suficientemente pronto como para que nos califiquen de “eficientes”. Para otros, llega pasado el tiempo reglamentario, y nos tachan de “holgazanes”.

Laos es un país que abraza como ningún otro la calma, el reposo y la lentitud. Si Phan Don (literalmente, 4.000 islas) es su particular monumento a la parsimonia humana. Y sí, lo confieso: no podría ser más feliz. Saber aburrirse es un ejercicio de cordura absoluta, y en Don Det, nuestro perezoso paraíso, lo saben mejor que nadie.

atardecer 4000 islas de Laos

don det barco

Don Det 4.000 islas de Laos

Como suele ser norma, las mejores cosas suceden cuando no se planean. Nuestra hoja de ruta nos llevaba a Paksé, la ciudad más grande del sur de Laos, para a continuación, poner rumbo hacia Vietnam. Con lo que no contábamos era con el año nuevo chino. El año del perro, según nos dicen. Resultado: todos los billetes de autobús vendidos a ocho días vista, así que tocaba improvisar. Y he aquí un golpe de suerte, ya que nuestro visado de estancia caducaba exactamente en ocho días, tiempo suficiente para ir a ese lugar del sur del cual Ángela, sintiéndose Brian Wilson, dijo tener »buenas vibraciones». Al día siguiente, estábamos en las 4.000 islas de Laos, tumbados en una hamaca, con dos cervezas frías a mano y unas vistas soberbias del archipiélago. Comenzaban así nuestros días perros.

(Nota: el lector quisquilloso tiene razón cuando afirma que en realidad en este rincón de Laos no hay 4.000 islas.  Durante la estación seca, miles de minúsculos islotes salen a la luz debido a que el cauce del río disminuye de forma considerable, pero nadie conoce el número con exactitud. Dicho lo cual, según mis cálculos hay unas 3.742, tantas como casos aislados de corrupción política en España).

moto don det

pueblo don det

niños jugando don det mekong

Si Phan Don está lo suficientemente alejado de las principales rutas turísticas como para hacer el esfuerzo de venir hasta aquí. Tampoco es que sea una nueva Babilonia por descubrir -la luz eléctrica llegó hace diez años- pero es uno de los pocos lugares del sudeste asiático que se mantiene lejos del alboroto comercial que, impulsado por la demanda de los visitantes, hace que incluso los lugares más tranquilos pierdan finalmente su razón de ser. El desarrollo ha sido muy lento debido a su remota ubicación y al alto coste del transporte de mercancías. En Don Det no hay cajeros ni resorts, y tan solo circulan un puñado de tractores y motocicletas, así que esta isla es el lugar perfecto para relajarse y rodar tu propia versión de Life Aquatic.

Lo que más nos atrae de este lugar es la sensación de estar en medio de ninguna parte. En esta diminuta isla laosiana parece que al Señor Tiempo también le sedujo la idea de apuntarse una excedencia, y todo es como era muchos años atrás. Los pescadores salen a faenar bien temprano. Los niños juegan con cualquier cosa que caiga en sus manos. Los gallegos bromeamos con semblante muy serio. Y los japoneses… Bueno, ellos también viven en otro tiempo, pero en uno futuro.

Una tarde, en el bar, vimos un dron tomando fotografías aéreas de la zona. Al rato apareció su dueño. Era un japonés que pesaba alrededor de 45 kilos, cargando dos trípodes, una cámara réflex y un maletín del tamaño de Sri Lanka, supusimos que para guardar sus juguetes. Si ya a nosotros nos pareció extraterrestre, imaginad la cara de una niña a la cual le sorprende ver una barba.

baño en el mekong

navegando el mekong

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Si buscas unas vacaciones llenas de acción o lugares emblemáticos, las 4.000 islas de Laos no son para ti  

Estamos en plena temporada seca, y el calor se hace notar. Aprovechamos una tregua por su parte para alquilar una moto y salir a explorar la isla vecina, Don Khon, unida a la nuestra por el viejo puente francés, herencia de la época colonial. Los franceses pretendían establecer una ruta hacia China río arriba, pero los fuertes rápidos y las impenetrables cataratas de Khone Phapheng impedían la navegación, con lo cual construyeron la vía  ferroviaria para cargar los barcos en locomotoras de vapor. La vía, de unos siete kilómetros de longitud, estuvo en funcionamiento hasta poco después de comenzar la Segunda Guerra Mundial.

Con la lección aprendida, seguimos nuestro camino hacia el norte de la isla. Atravesamos campos de arroz, caminos de tierra y pequeños poblados, hasta que llegamos al puerto. Allí, el Mekong se ensanchaba y se perdía en el infinito, hasta llegar a Camboya. A nuestro regreso, Don Det estaba como cualquier otra tarde. Dos escandinavos llevan tres semanas varados en su hamaca, el sol se difumina entre mojitos lao lao y nuestra anfitriona sigue preparando el mejor pad thai de toda la isla. Vivimos en el día de la marmota y no nos apetece despertar.

mejor alojamiento en don det

mejor vista si phan don

atardecer mágico don det

Y bueno, antes de que me olvide, recordad esto. El joven de nuestra historia no sabrá si es eficiente u holgazán hasta que su pareja regrese. Si ella pone ojos de Clint Eastwood, es holgazán. Si lo que ocurre después de cenar le hace sonreír, es eficiente.

Pero todavía no ha vuelto, y todavía tenemos cierto margen para tumbarnos en la hamaca. Así que, pidamos algo de desayunar, sigamos donde lo habíamos dejado con John Fante y disfrutemos de nuestra holgazanería. Al menos, mientras sea posible.

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