¿Cómo sería la civilización Inca de haber sobrevivido hasta nuestros días? ¿llevarían reloj de pulsera? ¿serían más de whisky o de ginebra? ¿calmarían a Los Mercados sacrificando fetos de llama? Lamentablemente, no tenemos respuesta para ninguna de estas preguntas pero, lo que es seguro, es que nos lo hemos pasado muy bien tratando de averiguarlo. Este fue nuestro recorrido por el país andino, siguiendo el clásico itinerario turístico, ese que la gente local denomina con sorna el Gringo Trail:
Lima
Todo el mundo detesta Lima. Con el grueso de los turistas pasando de puntillas a través de la ciudad en su camino hacia Machu Picchu, la capital del país ha pasado mucho tiempo inadvertida como un destino en sí misma. »¿Dos días en Lima? ¡si no hay nada que hacer!» o »Tened cuidado, es una ciudad muy peligrosa» fueron los comentarios que más veces escuchamos antes de venir. Nuestras expectativas eran tan bajas que la ciudad nos acabó gustando. Con sus vistas al mar, ambiente bohemio y gastronomía de vanguardia, creemos que todo el mundo debería concederle una oportunidad. La ciudad es, eso sí, casi inabarcable, imposible de conocer en unos pocos días, aunque Barranco nos encandiló de inmediato: casas coloniales de colores, numerosas evidencias de arte callejero, se respira el aire del Pacífico y tiene todo el encanto de los pueblos pequeños.




Huacachina
Huacachina, ubicado en la región de Ica, es un oasis rodeado por una cordillera de arena desigual y caprichosa, que aparece ante nosotros como parte indispensable de su entorno: nadie vendría hasta aquí de no ser por él. Los días en Huacachina parecen ser siempre iguales, en afinidad a la monotonía que brinda el desierto: brilla siempre un sol calcinante y justiciero y los turistas nos entretenemos haciendo sandboard.




Arequipa
»¿Cómo esperan que funcione un sistema de partido único en un país con más de 246 clases de queso?», cuestionó en su día Charles de Gaulle al respecto de nuestros vecinos franceses. Y nosotros preguntamos, »¿cómo elegir entre más de 200 postres tradicionales, más de 500 especies de fruta o más de 2.500 platos de sopa? Los gallegos ya somos indecisos por convenio, como para meternos en un jardín como este: Arequipa, la meca de la cocina peruana, donde comer, más que una necesidad, es una obsesión.



Cusco
Nuestra ciudad favorita y me atrevería a decir que una de las ciudades más bonitas de toda Sudamérica. La antigua capital del imperio no deja indiferente, desde luego. Para nosotros es la ciudad donde beber una incakola, la de los insistentes »¡Hola señor! ¿masaje?», la de los free tours que te dejan sin aliento, la de la catedral más bonita que hemos visto en mucho tiempo, la del kebab de alpaca, la del hotel más frío de Perú (el nuestro) o la del barrio hispter de San Blas. Es increíble, pero incluso hasta aquí arriba ha llegado la fiebre.

Pitumarca
»¿Una montaña de siete colores?», dijimos. »Sí, es visita obligada» insistía Hugo, un chico chileno que habíamos conocido en Arequipa. Pero la verdad es que nos fiábamos menos que de esa gente que dedica menos de ocho horas a tomar un vermut. Además, había dos inconvenientes importantes: el frío y la altura. La montaña Vinicunca se encuentra a nada menos que 5.200 metros, una marca considerable teniendo en cuenta nuestra infame reputación. Al final, decidimos hacerlo y comprobar in situ a que se debía tanto alboroto.



Ollantaytambo
La mayoría pasa por este lugar bien yendo hacia Machu Picchu o bien viniendo desde allí, debido principalmente a su estratégica vía ferroviaria. Si el tiempo lo permite, vale la pena detenerse al menos un par de días. Las calles adoquinadas de la ciudad son el resultado de la planificación de los Incas, que data de los años 1.200, así como su sistema de riego alimentado por las vías fluviales cercanas, que los Incas cambiaron de ruta para, mediante un sistema de canales, poder suministrar de agua a las terrazas distribuidas a los largo de las montañas. Increíblemente, algunas de ellas continúan en uso a día de hoy.

Puno
Puno es la capital del altiplano de Perú, el núcleo folclórico del país y la puerta de entrada al lago más alto del mundo, el Titicaca. Dicho así, incluso suena interesante pero, lo cierto, es que a Puno llegamos, vimos y nos fuimos.

Perú, salta a la vista, es un país asombroso. Que si la grandeza de Machu Picchu, los enigmáticos geoglifos de Nazca, el encanto colonial de Arequipa o los tesoros milenarios de Lima, que más da. Todos somos cómplices del desarrollo de estos tópicos predecibles. Consideraba que nuestro recorrido por Perú había sido el resultado de diferentes momentos inolvidables, y no podía evitar considerar que eso iba en contra de mi opinión personal de que un viaje debería ser un grupo de personas, no un conjunto de situaciones.
Y, aunque la verdad no es tan sencilla, mientras revisaba las fotos, fui capaz de verla. Recordé que un viaje no puede reducirse a esos insulsos estereotipos. Un viaje no es bañarte en una piscina en pleno desierto, admirar las ruinas de una civilización extraordinaria o reencontrarte con dos amigos a miles de kilómetros de casa. Hay algo de belleza en esto, es evidente, y también es, en parte, la razón por la cual nos gusta tanto viajar. Debemos pensar que los detalles inusuales son lo que importa porque, en la vida, los detalles inusuales son casi todo lo que conseguimos.
Pero aquí estoy, tratando de hacer un gran alegato donde puede que eso no sea del todo cierto y contribuyendo al griterío popular. Supongo que lo que quiero decir es lo siguiente: Perú ya fue, y si nos quedamos en lo obvio, esto podría ser tanto positivo como negativo: la vida continúa o se acabó lo que se daba. Pero no estoy seguro de que tenga sentido quedarse en lo obvio. Viajar no trata únicamente de estar o no estar, aunque algunos os digan que sí. He estado en Machu Picchu, dirán, y he caminado por el Templo del Sol, así que olvidad todo los demás. Pero somos más inteligentes. Sabemos que, en un viaje, como en la vida, no todo es adorno y parafernalia; están los que tratan a los extraños como si fuesen amigos; están los que consiguen hacerte sonreír y los que no; están los que te ayudan de manera desinteresada y los que abren la mano; está la gente de Perú y luego, todo lo demás.
Y a veces, la única forma de recordar la emoción, las risas y el ruido es haciéndolo cómo lo hice cuando revisé las fotos de esta gran aventura: en absoluto silencio.
Es impresionante chicos . k maravillas hay x el mundo. Bueno ahora Argentina, esperemos os guste , a pesar d k lleváis visto maravillas . esperamos veros con la familia , abrazarles x nosotros , y disfrutar mucho . un abrazo de esta vuestra familia k os quiere .
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En Argentina estamos en casa 🙂 Un abrazo!
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Leo tu reportaje y me muero de envidia. Este viaje a Perú lo llevaba preparando casi un año para llevarlo a cabo en el próximo octubre, pero… la pandemia del coronavirus lo ha hecho imposible y he tenido que aplazarlo «sine die». Enhorabuena.
Salud.
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Hola Julio! La verdad es que es que esto nos ha pillado a todos a pie cambiado. Confío en que poco a poco podamos ir recuperando las buenas costumbres 🙂 Perú es un viajazo, y después de toda esta irrealidad lo vas a valorar como pocos 🙂 Salud!
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