Alcanzar metas se parece bastante a salir con alguien: después de un tiempo, nadie parece plenamente satisfecho con lo conseguido hasta ese momento.
Imaginad que me quedo mirando a una chica que baila en algún local de moda. Es guapa, tiene estilo y a juzgar por sus movimientos, no parece tomárselo demasiado en serio. Me sitúo detrás de ella y digo una tontería acerca del calzado que lleva. Se da la vuelta, me mira, sonríe y aparta el pelo de sus ojos. Bien. No ha sido una de esas arrogantes sacudidas de melena, con una mirada que suele indicar “ni lo intentes”, así que, hay posibilidades. Más tarde, coincidimos en la barra y charlamos un rato.
A la salida, tarda algo más de la cuenta en despedirse de sus amigas y espera a que yo salga para poder despedirse de mí. Una vez concluidas las formalidades, me da su número. Estoy en una nube. Si en el local alguien me hubiese dicho que una chica como esa me iba a dar su teléfono a) le habría mirado desconcertado y b) le habría tenido que explicar que el optimismo y la estupidez van a menudo de la mano.



La llamo. Quedamos. A lo largo de la tarde, mientras tomamos un helado en el paseo marítimo, no dejo de pensar en qué plan he de seguir para lograr besarla y si, llegado el momento, tendré el valor de hacerlo. Me resulta muy difícil mantener una conversación porque en mi cabeza solo quiero saber si ella siente lo mismo que yo. La acompaño hasta su casa mientras calibro mis opciones (tengo un cromosoma Y, es decir, tengo serias dificultades para decodificar las supuestas señales que ella está lanzando sin parar). Me arriesgo e inclino ligeramente mi cara hacia la suya. No evita el contacto. Si en el paseo marítimo alguien me hubiese dicho que iba a besar a una chica como esa a) le habría mirado desconcertado y b) le habría sugerido que dejase de beber anís entre horas.
Para nuestro segundo encuentro quedamos en un restaurante. Después del postre, sugiere irnos a su casa. Nos vamos pero, esta vez, me invita a entrar. Ella está en el baño mientras yo, en la cocina, trato de idear un plan que termine con ambos en el dormitorio. Cuando vuelve, le pregunto su opinión al respecto de las croquetas recalentadas (lo sé, pero a veces los nervios juegan malas pasadas). Hace como que no oye y me dice que le gustaría enseñarme su cuarto. Sin saber cómo, porque con estas cosas nunca se sabe, estamos desnudos sobre la cama. Si en el restaurante alguien me hubiese dicho q… Bueno, creo que ya veis por donde voy.




Haber dado la vuelta al mundo es lo más cerca que he estado nunca de la plenitud personal, pero la memoria es ligera, y cada sueño se ve reemplazado al instante por nuevos retos. Sin esa memoria a corto plazo, creo que nunca lo habría logrado. Sin esa memoria a corto plazo, nunca habría podido llegar desde Nueva Delhi hasta aquí, a Quissico.
Ni jamás me habría acostado con la chica de esta historia, mi inseparable compañera de aventuras.
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