Primer acto: estoy en casa, comprando un billete de avión para después de Navidad, que ha de llevarme de Santiago a Barcelona un sábado por la mañana, muy temprano, con el propósito de obligarme a no salir el viernes.
Segundo acto: estoy tomando una cerveza el día antes del vuelo, diciéndole a todo el mundo que no me quiero entretener demasiado, que había comprado el billete para la mañana siguiente precisamente para no salir esa noche de viernes.
Tercer acto: estoy sentado en el asiento 5D de un avión de Ryanair, dos tonos por debajo de mi color de piel habitual, acusando la falta de sueño y sin poder comer nada, pensando en qué momento decidí que era buena idea volar aquella mañana si ya sabía toda Pontevedra que el viernes se me iba a complicar irremediablemente.
Pero aquí estamos, después de todo, y con buenas noticias. Hemos firmado un contrato de renovación de alquiler con nuestra inmobiliaria. Ha sido una larga espera. Tal como está el mercado, ahora mismo podríamos estar durmiendo en el suelo, pero la tostada cayó de nuestro lado.
Debido a esto, hoy no voy a escribir sobre viaje alguno. En su lugar, voy a escribir sobre Barcelona, mi casa. Procuraré no convertirlo en una costumbre, más que nada por precaución: todos sabemos que la mejor manera de conseguir que algo bueno se esfume es hablar bien de ello. Pero tengo que decirlo: Barcelona es un lugar fantástico para vivir.
(Nota: tened en cuenta que no soy muy dado al elogio gratuito. Si aquí no me trataran tan bien, lo diría. Así que no penséis que soy amable sólo porque sí).
También podría ser, claro está, que sea sólo porque me he acostumbrado a una incompetencia tan exagerada que la normalidad me impresiona. Pero supongo que eso da lo mismo: desde mi punto de vista, Barcelona es ideal. O, al menos, es como yo siempre he pensado que podría ser una gran ciudad. Los ciudadanos son amables, los autobuses salen a su hora e incluso puede que viva para ver terminada la Sagrada Familia. Ha ido bien desde el principio -ya llevamos una larga temporada acomodados aquí– y espero que pueda seguir así por mucho más.
Lo cierto es que casi no sé ni cómo actuar en este instante. A veces me siento regular, porque me da pánico ser adulto. Estamos en el 2020, Melendi sigue cantando y el cambio climático marcha imparable. 2020, señoras y señores. Que alguien llame a la policía del tiempo. Y a la del karma. Todo esto no puede estar pasando. No quiero tener esa sensación de envejecer, pensando constantemente que aún me quedan muchas cosas por hacer. No quiero ser como esa gente que va a las puertas de los juzgados para abuchear a los acusados que prestan declaración. No quiero imaginar un Barça sin Messi. No quiero llamar a la guardia urbana cuando mis vecinos celebren una fiesta en su casa. Esta clase de fobias son una novedad para mí.
Pero, no nos vengamos abajo todavía. Estoy demasiado contento por los acontecimientos de la última semana. Así que hoy no soy capaz de escribir sobre otra cosa. Prometo volver a la normalidad dentro de unos días. Para entonces, ya habrá transcurrido la primera semana de mis próximos siete años de alquiler.
Siete años en los cuales sucederán muchísimas cosas aunque, probablemente, la única segura es que seguiré saliendo los viernes.
Feliz año nuevo.
Viví largos en años en Barcelona, la ciudad cosmopolita que admiró Cervantes, y conservó allí algunas de mis mejores amistades. De mi última visita, te acompaño mis impresiones ya como visitante que recuerda, reconoce y descubre nuevas facetas de la ciudad. Espero que sea de tu agrado:
https://viajarporlosmundos.wordpress.com/2018/01/20/barcelona-una-ciudad-para-siempre/
Me gustaLe gusta a 1 persona
Feliz alquiler, feliz 2020 y felices couldinas para las resacas culés de lo próximos 7 años. Un abrazo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Salud, viajero! 🍻
Me gustaMe gusta