Atendiendo a razones de peso, el mundo podría dividirse hoy entre dos clases de personas: los que dicen Coronavirus y los que dicen Covid. Obviamente esto es una exageración pero, aunque no lo fuese, eso da igual, porque el único propósito de estas entradas es intentar lograr que paséis un buen rato, y no el rigor informativo.
No deja de asombrarme la facilidad con la que todo se rompe. Son días sin poder salir de casa y se nota que la gente no sabe muy bien qué hacer. Llevamos unas cuantas horas confinados, hecho insólito entre todos nosotros, y hablamos como lo hacíamos durante la crisis: como si supiéramos algo del tema, como si tuviésemos la menor idea de macroeconomía o de pandemias. En mi caso, el aburrimiento desemboca en una ambición que no siempre resulta inteligente. Ángela sugirió que podíamos pintar el mueble de la entrada y dije que sí, por supuesto que sí. Hubo momentos bochornosos allí, en la práctica, como en un festival de música, pero a plena luz.
Ojalá vuelva pronto la normalidad, para que podamos bajar a por huevos al supermercado sin que requiera cierta estrategia comercial. Ojalá vuelva pronto la normalidad, para que nuestras madres nos digan lo raros que somos. Ojalá vuelva pronto la rutina, porque esconde un mensaje importante entre horas: lo mejor que nos puede pasar en la vida es que no nos pase nada.

Caprichos adolescentes y una pregunta. Esta semana la estoy pasando escuchando Pearl Jam a mansalva, como si fuese un adolescente en crisis, quizá por los efectos secundarios de la cuarentena. Llevaba más de un año sin escuchar ‘Ten’ y quizá tarde otro tanto en volver a hacerlo, pero y qué. Prolongando mi pubertad, fui al supermercado a hacer la compra y volví cargado de ginebra y gominolas. Si uno no puede comprarse ginebra y gominolas cuando le da la gana, para qué aceptamos las normas del capitalismo moderno. Para qué.
El que fue piloto estadounidense de automovilismo, Carroll Shelby, solía explicar su pasión por la velocidad del siguiente modo: »Hay un punto a las 7.000 RPM en el que todo se desvanece. Lo que queda es un cuerpo moviéndose a través del espacio y el tiempo. Sientes que se aproxima y te hace una pregunta, la única pregunta que realmente importa: ¿Quién eres? ».

Confidencias al pie de la estación. Pues bien, se puede decir quiénes somos viendo cómo nos comportamos en cuarentena, cuando no estamos bajo la lupa de nadie, cuando somos personas, no personajes. Desarrollando mi teorema universal, di con ‘Viaje a Darjeeling’, de Wes Anderson. Hay una escena al inicio en la que aparece Bill Murray corriendo por la estación a toda prisa hacia el Darjeeling, un tren rumbo hacia algún lugar de La India. Ese es el núcleo central de casi toda la película, demostrar que la única forma de sobrevivir en este mundo repleto de obstáculos, de imprevistos y de malas decisiones, es no perder el tren.
De eso va la vida, creo. De un tren y un viaje: tenemos nuestros raíles –los festivales, Pearl Jam, la pintura, el cine, las gominolas y la ginebra, cosas así- pero tarde o temprano, todos llegaremos a la última parada.
Es algo que conviene recordar, aunque tu vagón sea cómodo y aunque disfrutes el trayecto.
Ojalá vuelva la rutina pronto. Un beso y cuidaros.
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