Si hubo un juguete capital en mi infancia fue el barco pirata de Playmobil (lagrimilla). Aunque apenas me duró unos meses. En cuanto llegó el verano quise ver cómo se las apañaba mi barco en el mar, porque lo de ser pirata me lo he tomado siempre muy en serio. Pero las playas en Galicia son muy traicioneras, a tres pasos de la orilla el agua te da por la cintura y al cuarto, ya te cubre. Por supuesto, se lo llevó la corriente. Pero de tanto en tanto viene a mi memoria, como en nuestro viaje a Champasak, cerca de las ruinas del templo Wat Phou de Laos.
El templo data del siglo XI y era parte del imperio jemer, los mismos arquitectos de Angkor Wat (gente fiable para los monumentos atemporales, vaya). Lo que es particularmente gratificante del templo Wat Phou es que recibe pocas visitas (de hecho, solo había tres turistas más durante la nuestra), lo que te hace sentir que estás en un lugar especial.


Esta no era la primera vez que alquilábamos una moto en Asia. Ya nos habíamos aventurado en las montañas de Myanmar, por los inescrutables caminos de China o en la presumida Hoi An. Y siempre de una forma insultantemente sencilla, soltando el dinero por adelantado y prometiendo volver a la hora acordada, sin contratos ni documentos de por medio. Bajo esta premisa nos disponíamos a realizar una ruta de cuatro días por la meseta de Bolaven, recorriendo los remotos pueblos del sur y disfrutando de paraísos naturales como las cataratas de Tad Lo.
Pero en Laos las cosas no son tan simples. En Pakse, la ciudad más cercana a la meseta, era práctica común y aceptada por la mayoría de los extranjeros dejar el pasaporte como fianza para el alquiler de una moto. Soy una persona de pocas certezas, lo reconozco. Soy lo bastante viejo para ser Tiktoker o para ponerme unos pantalones super skynny. Y soy lo bastante joven para bailar en un festival de música o para no pedir Bitter Kas en un bar. Pero tengo muy claro que dejar tu pasaporte como fianza en un país extranjero es una pésima idea.
Preguntamos en varias tiendas, y la respuesta siempre era la misma: »Sin pasaporte no podéis alquilar». Tras tantas negativas, preguntamos el motivo. »Los robos son frecuentes por esta zona», coincidían. A partir de ese instante nos quedamos muy tranquilos, sabiendo lo que supondría para nuestro ajustado presupuesto tener que comprar una moto nueva.

Volvimos a nuestro alojamiento decepcionados; hablamos con el dueño, Tom, un alemán cincuentón, de voz poderosa, al estilo de Morgan Freeman, íntegra y solemne, de esas que reconfortan con el mundo. Estaba allí para empatizar y dar sabios consejos: »En Laos, el consumo de alcohol y la conducción es muy frecuente, lo que hace que las carreteras sean más peligrosas. Muchas personas, incluidos los niños, conducen sin licencia. Si sales ahí fuera sobre dos ruedas, tienes que ir a la defensiva, conociendo los riesgos y revisando la moto a fondo antes de conducir». A pesar de que Ángela es una de las mejores pilotos del Hemisferio Norte, cada vez nos apetecía menos hacer la dichosa ruta.
Siguiendo el consejo de Tom, a la mañana siguiente desistimos de seguir preguntando en las tiendas de alquiler y fuimos a los hoteles de más categoría. Funcionó. Nos alquilaban la moto dejando una fianza de cien dólares. Pero el temor puede ser tan punzante cuando te sugestionan que como cuando se escenifica. De modo que analizando pros y contras, cambiamos de idea y decidimos no recorrer la meseta Bolaven. Alquilaríamos la moto un solo día, tiempo suficiente para llegar al templo, explorar los alrededores y regresar a la mañana siguiente.



Al llegar al templo Wat Phou, nos invadió una poderosa sensación de plenitud. Soñar es algo sencillo, pero llegar al lugar deseado es a veces una tarea agotadora. Pero cuando lo consigues, sabe a victoria espiritual. En el fondo de esto, creo que late la atracción por la aventura, la cual no identifico como el entusiasmo por el peligro, sino el gusto por lo desconocido. Como afirmó el novelista Robert Louis Stevenson, »Todo lo que pido es el cielo sobre mí y un camino bajo mis pies».
Aunque carece de la enorme magnitud de Angkor, esta obra jemer transmite auténtica emoción. Originariamente estaba dedicado a Shiva, uno de los dioses más importantes del hinduismo, que representa la destrucción y la transformación del universo. En el siglo XIII se convirtió en un monasterio budista, y así sigue siendo. Al caminar entre los muros caídos, columnas desperdigadas por el suelo y piedras ocultas bajo la maleza, piensas en lo que puede sentirse al ser el primero en llegar a recintos arqueológicos como este.
Al terminar la visita, encontramos un hotel que parecía haber sido amueblado con los restos de un bombardeo y nos quedamos a pasar la noche. No era el mejor lugar para hospedarse en el sur de Laos, un país que, con el paso de los días me parecía que nunca se terminaba, por más que los mapas dijeran lo contrario. Le sugerí a Ángela dejar la moto en el lado izquierdo de la cama, pero no le pareció buena idea.



Así que pasé el resto de la noche en vela, paranoico. Podía notar en la oscuridad los ojos de Tom, juzgándome, mientras bebía café con mucha intensidad, como si fuera Murphy Encías Sangrantes tocando el saxo bajo la luz de la luna. Hay momentos puntuales que uno nunca olvida. Mi estampa sentado en soledad al lado del Mekong, custodiando nervioso aquella moto, ya forma parte de mí.
A veces creo que en un futuro podré resarcirme y hacer ese recorrido por la meseta Bolaven. Porque el remordimiento puede ser la peor de las digestiones. Todavía no he aprendido que hay barcos que no regresan jamás.
¡Qué bien lo he pasado leyéndote!
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Mil gracias! 😊 Días de aspirante a kamikaze 🙂
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