Todo el mundo ha visto alguna vez la célebre fotografía de unos obreros almorzando sobre un andamio en lo alto de un rascacielos durante la construcción del Rockefeller Center en NYC. Nos ha tocado vivir en un presente similar al de esa imagen. Es inestable, tenso y da vértigo. Algunos viven pendientes de su teléfono móvil y otros de conseguir agua potable. A su vez, las dificultades propias de la vida siguen acechando nuestra existencia del mismo modo que el coyote emboscaba al correcaminos. A pesar de llevar una dieta equilibrada, no fumar y de mirar a ambos lados antes de cruzar, el coyote puede atraparnos en cualquier momento. Las cosas son confusas ahí fuera, y con frecuencia se puede tener la impresión de que nunca han ido tan mal.
Las personas parecen predispuestas por naturaleza a pensar que su presente es la peor época para vivir. De modo que quizás seamos, ni más ni menos, como cualquier otro, convencidos de que nuestras vidas son las más complicadas de la historia. A menos que podamos encontrar un estímulo que nos ayude.


Por lo general, es difícil explicar porqué nos gustan las cosas que nos gustan. Ángela no tiene ni idea, por ejemplo, de porqué le gusta tanto la pizza hawaiana. Representa al 1% de la población mundial que no la detesta. Quizá se deba a que solo la pide en los veranos de los años bisiestos en los cuales Meryl Streep no opta al Oscar pero, no lo sabe con certeza. En cuanto a mí, tengo predilección por los antihéroes del mundo. Empatizo con Tony Soprano, los Lannister o la selección italiana de fútbol. Sí, siento admitirlo pero, a pesar de mis esfuerzos, no logro evitar que me guste ser un poco cabrón.
Lo que sí sabemos es que hay personas a las cuales, por la razón que sea, les asusta e incomoda el hecho de salir de su zona de confort o, en palabras del periodista Ryszard Kapuscinski, »abandonar el árbol que da sombra y exponernos al sol». A nosotros nos pasa lo contrario. No nos malinterpretéis, nos gusta nuestra rutina y en general nos consideramos bastante afortunados respecto a la vida que llevamos. Pero viajar nos alivia, nos regenera y nos complace a partes iguales. Conocer otras realidades, ver el mundo en primera persona y tener perspectiva sobre él es, en definitiva, lo que precisamente nos recuerda que de algún modo, estamos vivos.


Desde principio del siglo XXI viajar se ha hecho significativamente más popular. Probablemente, parte de esa popularidad se deba al aumento del tiempo de ocio, a la consolidación de las empresas low cost y al nacimiento de nuevas plataformas de alojamiento tanto como a la inagotable fuente de información que es internet, que facilita que alguien de Pontevedra pueda saber en unos minutos si necesita paraguas para visitar Buenos Aires en Abril (un gallego de verdad siempre llevaría uno, por si acaso), cuales son los horarios de tren que cubren la línea Bangkok – Chiang Mai o qué playas de Menorca tienen aparcamiento cerca.
Pero creo que es posible que el aumento se pueda atribuir también a una creciente pérdida de sensación de gobierno de su propia vida por parte del ciudadano de a pie. Al igual que nosotros, necesita algo que le dé sentido. Viajar nos proporciona una sensación de calma en un mundo que a menudo parece haber perdido la cabeza. Cuanto más lo percibimos, más calma buscamos.




Esta actitud no es necesariamente saludable. Al fin y al cabo, viajar no resuelve ningún problema. Solo contribuye a que desaparezcan un rato. Lo suficiente, esperamos, para olvidarnos del coyote, que, con toda probabilidad, no se ha olvidado de nosotros.
Me encantan las fotos y que bonita pareja haceis… A disfrutar
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Gracias 🤣
En la última foto salimos muy favorecido 😂😂
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