La Habana de siempre

En La persistencia de la memoria, Dalí representa la inutilidad del tiempo, deformando los relojes y anulando su función, reivindicando así la ausencia del mismo. La destrucción del tiempo da lugar a la sensación de eternidad que transmite el entorno, como un efecto de congelación del momento. Dalí solía decir que se había inspirado en ciertos lugares de la bahía de Portlligat, aunque la obra también podría representar Cuba a día de hoy. Aquí se duda de todo y no hay lugar para la certeza. Es un país donde, como ningún otro, todo gira en torno al tiempo. Pero no uno como el nuestro, sino otro más bien relativo.

Nada más poner un pie en el Aeropuerto Internacional José Martí, caemos en la cuenta de que hay muchas cosas que no se pueden medir. No hay rastro de nuestras mochilas. Llegamos a la oficina de equipajes perdidos con nuestra mejor cara de preocupación y preguntamos, inocentes, cuanto iba a demorar. »UUUUH… Ahora es muy pronto, tú tienes que esperar, usted está en Cuba». El tiempo se vuelve un enigma.

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habaneando en cuba

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Al entrar en la ciudad salimos temporalmente del siglo XXI y nos transportamos a otra era, a un lugar que parece encontrarse a la deriva entre tres continentes. Los medios de transporte dan de inmediato fe de ello. ¿Estamos dentro de un remake de American Graffiti? ¿en Moscú tal vez, durante la guerra fría? ¿o quizá en algún lugar remoto del sur de África?. Nada deja indiferente. La arquitectura es tan ecléctica como la nevera de Ferran Adrià, una mezcla desordenada y llamativa de estilo colonial, elegancia neoclásica y gusto art decó. Para nosotrosvisualmente, fue amor a primera vista, sin necesidad de filtros.

Por el contrario, mucha gente os dirá que La Habana es decadente, sucia y vieja. Hacedme caso, esa gente no tiene ni idea. Basta con detenerse a observar desde cualquier rincón para darse cuenta de que La Habana es única. Pero la mayoría de la gente no se detiene a observar, por lo cual la mayoría nunca sabrá que hay más allá del estado de confusión de sus pintorescas casas coloniales. La Habana es tan vieja como dicen, es cierto. Pero el hecho de que esto se remarque a menudo como algo negativo nos remite al verdadero problema al que se enfrenta esta maravillosa ciudad. En una época que abraza la efervescencia y la inmediatez, La Habana ha cometido el peor de todos los pecados: mantenerse siempre igual.

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En el mundo actual, nada dura. Ni las lavadoras, ni las estrellas del rock ni mucho menos ese mechero que casualmente acabó en tu bolsillo anoche. Estamos atrapados en lo último, en lo más actual. Sospechamos de todo lo viejo y anhelamos novedades constantemente. Y metidos en esta espiral de oportunismo, criticamos a una ciudad que parece que lleva siendo más o menos la misma desde los tiempos en los que Sinatra frecuentaba el bar del Hotel Nacional. No es extraño que la gente critique a La Habana por vieja. Los automóviles clásicos, el aroma de los puros y la música de Compay llevan más años juntos de los que la vida en Instagram podría soportar.

El día en que (posiblemente) leáis esto, tendré 34 años. De acuerdo con el pensamiento de la mayoría de las madres del mundo, tener 34 años no es ser precisamente viejo. Pero la edad es siempre algo peliagudo, sobre todo para los de mi generación: venimos de una época en la cual los seres humanos podíamos sobrevivir sin tener algún dispositivo Apple, lo cual me hace parecer un hombre de las cavernas en determinados contextos.

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Y dado que ya tengo una cierta edad, intuiréis que al menos sé reconocer algo bueno cuando lo veo. Lamentablemente, soy tan culpable como todos. Cuando antes de salir de Barcelona, hace ya seis meses (!), planificando nuestra ruta y ante la posibilidad de venir a Cuba, surgió el siguiente pensamiento tan sistemáticamente como surge una depresión tras ver una película de cine de autor polaco: “Tiene que ser genial, pero podríamos venir en otra ocasión”. Al fin y al cabo, La Habana siempre ha estado ahí. ¿Por qué no iba a estarlo siempre? 

Pues porque nada va a estar ahí eternamente. Ni mis 34 años, ni mi habilidad para dar volteretas, ni la tuya, ni tampoco Cuba y su vieja Habana. Y, aunque esta ciudad aparente llevar toda la vida en el punto en el que está, y aunque su apariencia sea casi tan frágil como la de un reloj derretido, deberíamos tener en cuenta que es posible que la razón por la cual nos parezca una ciudad tan longeva no es porque haya conseguido congelar el tiempo, sino porque nosotros hemos sido incapaces de frenarlo.

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