El último disco que grabó Lou Reed antes de morir es una colección de canciones concebidas con el mero propósito de escucharlas mientras practicas tai chi. Había llovido mucho desde los tiempos en los cuales el líder de The Velvet Underground tonteaba con la heroína, con Andy Warhol y de paso, establecía las bases de lo que sería catalogado en años venideros como rock alternativo.
Hace unos días, en Livingstone, coincidimos con unos holandeses que habían estado en la reserva animal de South Luangwa, al otro lado del país. »¿Vais a cruzar Zambia en autobús? Buena suerte. Nos dijeron que desde Lusaka serían unas ocho horas, y tardamos trece. Llevad bastante agua», advirtieron.
El viaje es largo, pero no se hace pesado. Como ya es costumbre, somos los únicos turistas a bordo, así que de nuevo nos sentimos inmersos en otra película. Aquí, oficialmente, se conduce por la izquierda, pero nuestro conductor opta siempre por la vía diplomática: el centro de la carretera. De ese modo, se mueve por ambos carriles, según mejor le conviene. Diez horas más tarde, decidimos que ya habíamos tenido emoción suficiente, y nos quedamos a pasar la noche en la ciudad fronteriza de Chipata.
Dos días después, con las pilas recargadas, nos dispusimos a hacer las tres horas que nos separaban de South Luangwa. Tardamos casi ocho en llegar. Comprendimos que, por sistema, es conveniente sumar dos a la hora de salida establecida y otras tres, mínimo, a la duración del viaje. Los autobuses son utilizados en esta parte del planeta como empresas de mensajería, con lo cual, junto a tu equipaje, en el maletero conviven antenas parabólicas, sacos de arroz, gallinas, carbón, televisores de plasma o colchones. De modo que, cada vez que llegas a uno de los muchos poblados que hay en el camino, se pierde mucho tiempo en sacar la mercancía pertinente y luego volver a colocar todo lo demás.
Algunos dicen que la razón principal por la cual los safaris nos atraen es porque disparan nuestro nivel de adrenalina: la sensación de estar en medio de un campo de batalla, el temor de lo desconocido y la proximidad a animales más fuertes, más veloces y, tal vez, más hambrientos que tú. Cuando todavía no había amanecido, entramos en la reserva, la concentración de animales salvajes más grande y variada de Zambia, y una de las mejores de toda África.
En esta época del año, debido a la sequía, es relativamente sencillo dar con la mayoría de ellos, ya que se concentran cerca del río, aunque tardamos casi una hora y media en ver algo interesante: un grupo de hienas devorando los restos de un antílope. Las hienas son mucho más grandes de lo que imaginábamos, y son de esa clase de animales que no dejan nada en el plato. »Escuchad el crujido. Se comen hasta los huesos. Cuando terminen no quedará ni rastro del antílope, solo algo de sangre seca en la tierra» dice nuestro guía. Al atardecer, cuando el calor deja vivir, por todas partes aparecen grupos de cebras, jirafas, antílopes y elefantes. Algo más lejos, una manada de búfalos observaban inmóviles nuestro vehículo.
Entrar en ese territorio fue algo extraordinario. Nos vimos en un mundo completamente primitivo, donde el hombre es tan solo un mero espectador. De cerca y acostados, los leones no parecen gran cosa. Y si además, mientras intima con una de sus semejantes, ves que la acción dura menos de veinte segundos, te vienes muy arriba. »¿Y ese es el Rey de la selva?», dijo alguien. Todos nos reímos a carcajadas. Error. El jolgorio fue suficiente para que el león se levantase, rugiese y fijase la vista en nosotros. En ese momento todos hicimos contorsionismo dentro del jeep. Nos largamos.
Por la noche, en nuestra tienda de campaña, situada a escasos metros de la reserva, me acordé de la película Interstellar. Hay una escena en la cual, mientras sobrevuelan el espacio exterior, el piloto de la nave, Matthew McConaughey, ve amedrentado a uno de los tripulantes. »¿Qué sucede?», pregunta. Este responde: »¿Eres consciente de que tan solo unos pocos centímetros de chapa y metacrilato nos separan de la nada más absoluta? Ahí fuera solo hay un vacío infinito». Lo cierto es que da vértigo pensarlo. De un modo similar, a nosotros únicamente nos protegía del exterior una pequeña y fina capa de tela, aunque no estábamos precisamente solos, sino en compañía de todos los animales que habíamos visto durante el día.
Esa madrugada, el estómago de Ángela rugió como si llevase tres semanas sin comer. »Tienes crema de chocolate y pan en la mochila», dejé caer, antes de dar media vuelta y seguir durmiendo. »Yo no fui, idiota. Ahí fuera hay algo.» Me incorporé de inmediato, pero no quise mirar. Ángela asomó la cabeza por la cremallera de la tienda. Estaba muy oscuro, pero vio algo bastante grande moviéndose y aplastando las ramas a su paso. Había un hipopótamo a menos de tres metros de nosotros. Diez minutos después, vimos a otro. »Nada de salidas nocturnas al cuarto de baño» sugerí. »Me parece bien» dijo ella.
Al despertar, se lo comentamos al encargado del lodge. »En esta época del año hay que tener cuidado. Como el río está seco, los animales cruzan a menudo de un lado a otro buscando comida, especialmente los hipopótamos, los cocodrilos y los elefantes. Sobre todo, no hay que tener alimentos dentro de la tienda». Un consejo estupendo, pensé. Aunque habría sido genial que nos lo hubiese dicho a nuestra llegada, cuando cargábamos con las mochilas y cuatro bolsas llenas de comida.
Y es que, en nuestras peores pesadillas africanas, todos nos imaginamos siendo embestidos por un elefante, devorados por un león o sorprendidos por algún cocodrilo a orillas de un río. Pero lo cierto es que la probabilidad de vernos en alguna de estas situaciones es mínima. El animal al que sí que debemos temer realmente, es un ser diminuto, del tamaño de una uña, transmisor de enfermedades potencialmente mortales, que sale de caza por las noches. Ya nos las habíamos visto con los mosquitos anteriormente. En La India, en Laos y sobre todo, en Vietnam, donde también libramos nuestra guerra. Estuvimos una semana en Hoi An sin poder pegar ojo por su culpa.
De estos animales solo tenemos claro que tienen un instinto suicida agotador. Te sacan de quicio, de uno en uno, interrumpiendo tu descanso con ese zumbido molesto hasta que se hace tan insoportable que no puedes dormir. Entonces, como un energúmeno, maldices, insultas y juras venganza. Así que coges la almohada, una camiseta o el revolver y comienza la batalla. Cuando lo liquidas y vuelves, satisfecho, a la cama, aparece un segundo intruso tan pronto como has apagado la luz. Saben que el otro ha muerto, porque siempre aparecen inmediatamente después, nunca al mismo tiempo. Así que, vuelta a empezar. Por eso, la mosquitera es esencial aquí. Sin ella, estaríamos vendidos.
Dicen algunas voces que si viviste tu juventud en los 60′ y lo recuerdas, es que no la viviste de verdad. Antes de volverse un completo imbécil y grabar cosas absurdas, no me cabe duda de que Lou Reed lo hizo. Lo inmortalizó mejor que nadie en aquella maravillosa canción llamada ‘Walk On The Wild Side‘.
Se fueron los 60′, la creatividad de Lou Reed, The Factory y el arte contemporáneo de Warhol. Por el contrario aquí, en Zambia, las mejores creaciones son el resultado de cientos de años de evolución, ejemplares que no se exponen en ninguna galería neoyorquina de renombre, sino al aire libre. A día de hoy, África sigue representando, en su verdadera esencia, el lado salvaje de la vida.
NOS encanto . una belleza de paisajes y tanta fauna . un abrazo deseando veros .
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Pronto ya! 🙂
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Jooo!!!q envidia estar tan cerca de los leones!!si me dejarán, viviria con ellos!!!q maravilla de lugar!!!
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Los pelos como escarpias, Belén. Soy más de bailar con lobos, ya tú sabes 🙂
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