‘Atrapado en el tiempo’ es definitivamente una de mis películas favoritas. Podríamos tratarla como un simple pasatiempo, pero en realidad, es mucho más que eso. Te hará reír, sí, pero también te hará pensar. Hablamos de una comedia divertida e inteligente sobre las segundas oportunidades, la honradez y la rutina.
¿Qué harías si todos los días fuesen el mismo día? ¿qué haríamos con nuestras vidas si pudiésemos corregirlas cada vez que nos equivocamos?
Una confesión: Cefalú, en Sicilia, también parece un lugar donde todos los días son absolutamente iguales. El mar es una balsa. La pasta alla norma es tan ubicua como el oxígeno. Las zapatillas de velcro parecen lo suficientemente elegantes para las primeras citas. Después de la siesta, uno no sabe si mirar la hora o el calendario. Y un señor recorre toda la playa vendiendo cocos sin tregua.
Pero podría haber otro factor en la ecuación. El factor con el que todas las familias gallegas comienzan cada conversación telefónica que no tenga que ver con la muerte de un vecino: el clima.
Cuando vives veranos tan largos, como en Cefalú, cuesta un poco más ser consciente del paso del tiempo. Somos propensos a sumergirnos en un bucle temporal cada día que pasamos dentro de un ambiente inamovible. Avon Barksdale, rey de Baltimore, lo resumía así cuando estaba entre rejas: »En una cárcel te condenan siempre a dos malditos días: el día que entras, y el día que sales». Entendía la prisión como una rutina constante entre ambas fechas. Nuestro tiempo en Cefalú fue, de un modo agradable, similar. Todo lo que hubo entre nuestra llegada y la salida transcurrió exactamente igual. Los días de la semana no existían. Y además, no debíamos temer por nuestro futuro cada vez que pisábamos la ducha.
Sin embargo, mi cerebro no estaba preparado para lo que mis otros sentidos le decían. Y mientras miraba a mi alrededor, me di cuenta de que era el único con este dilema. La mayoría de los sicilianos no lidian con las disonancias del clima porque la mayoría de los sicilianos no dividen, como yo, el tiempo entre dos ciudades opuestas como Pontevedra y Barcelona. Y esto, se me ocurrió, es por qué tal vez en Cefalú están atrapados en el día de la marmota. Todos son tan viejos como el día que vinieron aquí.
Creo que parte de la razón por la que envejecemos es porque nos convencemos de que debemos hacerlo. Tenemos señales que indican el paso del tiempo de nuestros amigos. Existen señales a largo plazo y otras, algo más sutiles, a corto plazo. Gracias a vivir un verano tan prolongado, los habitantes de Cefalú se pierden estas señales. Sí, todos tienen calendarios colgados en las paredes de las cocinas y en sus teléfonos móviles. Pero creo no son suficientes; nuestros sentidos nos dicen que nada ha cambiado, que todavía es verano de 2007, cuando pensabas que tu Blackberry era el futuro y las novias de Leonardo Di Caprio todavía no habían cumplido los 25. (Esto último puede que no haya cambiado sustancialmente).
Esto, supongo, podría tomarse como un hallazgo muy agradable. Prueba el efecto placebo que el clima tiene en todos nosotros. Resulta que tal vez podríamos obstaculizar el envejecimiento simplemente no notando que deberíamos participar en él. El único problema con este enfoque de la realidad es que la fachada solo se conserva si te quedas a vivir dentro de la burbuja; si la abandonas, la edad te sacude.
Para nosotros, la lección sería que no somos necesariamente tan viejos como nuestra edad diga que seamos.
Lecciones para los sicilianos: no puedes posponer tu mortalidad para siempre. Hay dignidad en el envejecimiento: te vuelves sabio, la gente te respeta. Y nadie se extraña porque tardes seis horas en sacar efectivo de un cajero automático.
Y la lección más importante de todas: si no quieres que te separen de tu plácida existencia, si, como el personaje de Bill Murray, no quieres cuestionarte que habría pasado si no hubieses hecho aquel gesto, dicho tal cosa o actuado de cierta manera, si fantaseas con que todas las malas decisiones de tu vida se convierten en aciertos, o si, en definitiva, quieres vivir un dos de febrero infinito, no cometas el mismo error que nosotros.
Nunca te vayas de Cefalú.
Los sitios apacibles son una maravilla y como lo cuentas una gozada. He disfrutado un monton leyendo tu entrada.
Un abrazo
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Gracias, Horacio! Qué poco cuesta ser marmota, y qué bien se vive siéndolo 🙂 Un abrazo!
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