La región de Puglia puede estar más cerca del crisol de Grecia que de la grandeza de Roma. No es que el Renacimiento haya pasado por alto el sur de Italia, pero da la impresión de que dejó menos tarjetas de visita. Y aunque pueda parecer lo contrario, esa es la mejor parte. El verdadero atractivo de Puglia está en lo inesperado, como en el encantador pueblo de Monopoli. Como siempre en Italia, simplemente sigue tu instinto, tu curiosidad y, dependiendo de la hora del día, tu olfato.
Monopoli es una postal, un casco antiguo junto al mar con una bonita playa pequeña en una bahía protegida frente a ella. En su mayoría, las calles son peatonales, y cada vez que doblas una esquina, te esperan vistas extraordinarias. Después de dar algunas vueltas, beber vino rosso y comer unos panzerotti, ya soñamos con vivir aquí.


En ‘Ventajas de ser un marginado’ Stephen Chbosky escribe: “Cuando cumples diecisiete, te olvidas que una vez tuviste dieciséis”. Mi parte favorita de la película es ese momento en que llevan al chico protagonista a una de esas casas tan americanas, con tres pisos y 200 invitados, y le dicen: “Y esto amigo, es una fiesta”.
Aunque tal vez lo hayamos olvidado, cuando hicimos nuestro primer amigo siendo adolescentes, nuestra vida dio un vuelco. Esa persona que, en su compañía, se dicen o escuchan cosas que crean un consuelo inmediato apenas verbalizarse. Ese alguien que nos abrió el mundo definitivamente, nos empapó de libros y música desconocida y nos mostró que ir a una fiesta es como pilotar la Perla Negra. Nunca se olvida a alguien así, y aunque ya no seáis íntimos, siempre te preguntas por qué os distanciasteis, o si algún día volveréis a encontraros.
En aquella época, me podía enamorar por razones algo extravagantes. Por ejemplo, cuando una chica me llamaba por mi nombre al rato de conocerla. Sabía que se me había ido de las manos cuando al día siguiente planeaba irme a vivir con ella, tatuarme, tener cuatro o cinco hijos; la humanidad jamás conocería otro amor como el nuestro. Y todo por llamarme por mi nombre. De adulto, uno también puede enamorarse de los lugares que visita por razones muy difusas; cuando llegas a un sitio por primera vez y todo te parece ideal, armonioso, como en una película de Sorrentino, aunque luego vayas olvidándolo paulatinamente, hasta que se esfuma de tu mente, sin alardes, sin ruido.



Pero a veces la chispa salta de verdad, porque tal vez no esperabas nada de ella, o porque bajaste la guardia y te cogió desprevenido, y acabas jurando amor eterno y prometiendo regresar, aunque sea mentira. Da igual. A veces, esa mentira es más reconfortante que unas tostadas recién hechas.
Porque a veces es genial ese lugar, e incluso ves reflejada en alguna calle o plaza una situación idéntica a la que viviste cuando tenías dieciséis años y que olvidaste cuando cumpliste diecisiete.
Cuando llegaste al final de un viaje grandioso, y tuviste que seguir viviendo.