Mi abuelo se hartó de repetirme que el mejor oficio del mundo era ser tercer portero del Real Madrid. Implicaba entrenar con los mejores futbolistas del país, ganar bastante dinero y no tener la presión de jugar un partido oficial. Demasiadas cosas debían torcerse para que te tocara vestirte de corto alguna vez. Así que, cuidado, no subestimemos nunca un tercer puesto. Ni siquiera cuando hablemos de una isla del archipiélago de Nápoles, la tercera en tamaño, y seguramente, la menos conocida, pero que podría ser el secreto mejor guardado del Mediterráneo. Hablo de la isla de Procida.
Para urbanitas como nosotros, Procida aparece como una cápsula del tiempo con un encanto puramente italiano. Sin embargo, muy pocos la conocen. Casi mejor, porque se nos está poniendo el Mediterráneo imposible. Siempre he imaginado las islas como lugares que iban a la suya. Había en ellas un cierto halo romántico e inconsciente que parece estar desvaneciéndose poco a poco. Su idiosincrasia ya no es exclusiva, sino inclusiva, como los grupos indie de hoy en día: son los 40 Principales de siempre disfrazados con camisetas de Los Ramones; una tomadura de pelo.



Quizá así se explique el relativo anonimato de Procida. En un mundo de islas abarrotadas, barbas espesas y tobillos al aire, tal vez lo realmente indie sea un lugar demasiado tranquilo como para tener una reputación masiva. Esta isla de la Bahía de Nápoles sigue siendo el tipo de refugio mediterráneo cada vez más difícil de encontrar: uno donde las familias han vivido durante generaciones, en el cual la gente local continúa celebrando tradiciones ancestrales y donde gran parte de la población vive del mar.
Corricella es el mayor tesoro de la isla. Las casas se amontonan frente al mar como un anfiteatro, todas ellas con tonos alucinógenos. En este pequeño rincón, incluso los restaurantes siguen siendo fieles al carácter del pueblo, y sirven un menú casi exclusivamente de pescado, generalmente traído directamente desde los barcos. Corricella parece un sueño hecho realidad, demasiado atractiva para ser real; quizá por ello sirvió de escenario en la perturbadora película ‘El talento de Mr. Ripley’.


El mundo del turismo es como un océano extenso e inabarcable, y las modas tan solo son olas que alcanzan la costa. Hablar de tendencias en materia de viajes es tan estéril como escribir en la arena. Por eso, igual que con la música, me resulta imposible discernir por qué unos sí y otros no. Tal vez sea el factor económico: Procida no tiene gancho; no tiene espacio para edificar hoteles de gran tamaño ni puede acomodar grandes grupos de turistas. Incluso en Marina Grande, el puerto principal, la mayoría de los edificios frente al mar son casas privadas con balcón.
Y tal vez, como todos los seres humanos, los turistas necesitamos una historia, un aliciente, algo. A falta de gancho, tal vez un volcán en activo o una cierta tendencia a regalar vino a los extranjeros de vez en cuando. Entonces habría algo que podría seducir a nuestros inocentes cerebros. Y entonces sí que haríamos las maletas para viajar a Procida.

Lo que esto significa es que no hay muchas posibilidades de que Procida se venda al mainstream en un futuro; parece muy poco probable que, de pronto, pase a ser un destino conocido para el gran público. Incluso si algún día su identidad se viese amenazada por el turismo de masas, probablemente sería igual que es ahora: discreta, natural, sosegada.
Claro que, bien pensado, esa es precisamente la razón por la que Procida es tan bonita.
Y posiblemente, también sea la razón por la cual no le quita el sueño ser la mejor isla del Mediterráneo que nadie conoce, ni la probabilidad de que siga siéndolo.
Me encanta como escribes y la historia de tu abuelo es extraordinaria. Saludos desde la bahia de Napoles!
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Muchas gracias! La verdad es que Italia se escribe sola 🙂 Volveremos pronto, urge un aperitivo como Dios manda 🙂 Un abrazo!
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