Hasta hace poco, todo iba demasiado deprisa. Una canción de Spotify conduce a otra sin haber terminado la anterior. La última película de Scorsese no ha tenido la repercusión esperada debido a su excesiva duración. En las redes, el destino de un vídeo se decide en los primeros segundos. Las mentes más brillantes de nuestra generación trabajan para que te pases el día pinchando en enlaces publicitarios. Consideraos por tanto héroes de otro tiempo si conseguís llegar al final de esta entrada, de verdad.
Debido a las actuales circunstancias, hemos tenido que frenar. De pequeño, cuando no me dejaba hacer algo, mi madre, como todas, solía recurrir a la prosa más elemental: »Hay más días que lentejas». A mí un castigo me molestaba, sobre todo, si era verano. Y ahora que este está ahí, a la vuelta de la esquina, todo me empuja hacia la nostalgia, algo que recibo con el disgusto habitual. Pocas cosas en la vida tan subjetivas, selectivas y engañosas como la nostalgia.
La bofetada de morriña me llevó a pensar en el verano, en aquel verano del 93, cuando viajé por primera vez a la isla de Ons. Una de esas cosas que no se olvidan fácilmente; cuando eres pequeño, hacer 25 kilómetros en coche y otros 45 minutos en catamarán por la ría te parecen tres vueltas a América del Sur. Ojalá conservásemos siempre esa inocencia.



Como cualquier isla de casas sueltas desperdigadas alrededor de la playa y procesiones de marineros trayendo pescado fresco, la isla de Ons pudo ser también el destino vacacional de ancianos de piel blanca, camisa de lino y gorro de paja, como esos canadienses exiliados que pescan barracudas y beben cerveza tostada en los cayos de Florida. Pero, como la mayoría de personas que están en Galicia de paso, eligieron las Cíes.
Ons está habitada por un grupo de vecinos que disfrutan de la cara amable de la naturaleza en verano y se enfrentan a toda su crudeza en invierno, cuando la isla permanece incomunicada, en parte, por las fuertes e imprevisibles corrientes atlánticas. Los lugares así conservan una singularidad que han perdido los lugares masificados, despojados a golpe de billete de su verdadera idiosincrasia. Esto no pasa en Ons. La isla de Ons es lo que somos los gallegos: cautelosos, acogedores, pragmáticos. No son estos lugares ni mejores ni peores para visitar, tan solo representan una forma de viajar similar a los veranos de nuestra niñez, sin alardes, y, quizá, lo mejor sería vivirlo como entonces, con la misma inocencia, como si nos fuera la vida en ello.
La historia de la isla de Ons es además, muy peculiar. Fue donada a la Iglesia por los reyes de Galicia en el año 899, pasó a manos de diferentes familias de la nobleza y finalmente comprada por Manuel Riobó en 1929, a quien le fue expropiada en 1943 con la idea de establecer una base para submarinos de la Alemania nazi. Todos los ingredientes necesarios para una canción de Cole Porter.


Hay cuatro rutas a través de las cuales podremos descubrir los atractivos de la isla (Villaconsejo: 48 horas no son suficientes. Si tuviese 7 vidas, una de ellas la pasaría entera en Ons). La más corta, la Ruta do Castelo, se hace a pie en unos 40 minutos, pasa por un pequeño bosque de sauces y conduce a los restos de una antigua fortificación. La más larga, la Ruta Norte, recorre en ocho kilómetros la isla, pasa por nuestra playa gallega favorita, Melide, y desemboca en Punta Centolo, desde el cual puedes ver caer el sol sobre la vecina isla de Sálvora.
La Ruta del Faro conduce -¡sorpresa!- al Faro de Ons, uno de los pocos que quedan todavía en España atendido por un farero (quizá de quienes más podemos aprender sobre cómo enfrentar la soledad), y cruza por el principal núcleo de población de la isla. La Ruta Sur pasa por el imponente Buraco do Inferno, un agujero enorme en la tierra de 40 metros de profundidad que va a dar directamente al mar; la leyenda dice que si uno se asoma puede escuchar los lamentos de las almas que se quedaron a medio enterrar.


La nostalgia, es básicamente, la negación de un presente horroroso. Obviamente, muchas cosas son distintas a como eran en los 90′. Hoy nadie puede entrar en la isla de Ons sin cita previa, la acampada libre no está permitida y en la orilla no se pueden coger berberechos con las manos. Habremos ganado algo a cambio, aunque a veces no lo veo muy claro.
De modo que idealizar épocas pasadas suele ser una conducta recurrente en estos asuntos. Otro error, me temo. El tiempo pasa y adopta la forma idealizada de un pretérito irreal, uno en el cual nunca llueve, el pulpo es barato y el agua del Atlántico está a una temperatura agradable. Ojalá. Lo único seguro es que terminar el día en el chiringuito situado frente a la playa Area dos Cans será siempre la mejor opción para atajar cualquier dilema.
¿Y el viaje, para cuando? Quién sabe. Ahora mismo, viajar, como el verano, la playa o el mar, es tan solo una ilusión. Pero sin esas ilusiones, el aire de este mundo sería irrespirable.
Precioso post, se nota que echas de menos este precioso paraíso gallego de aguas frías. Nos encantan las ons.
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La verdad es que sí, si normalmente hay un país de distancia, ahora mismo parece todo un mundo. Gracias por pasaros y un abrazo, pareja! ☺️
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No me llames iluso por tener una ilusión. La maleta la tengo en la puerta a la espera que pasemos de fase o desfasemos del todo. Buen fin de semana.
Horacio
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Jajajaja! Espérate que como nos metan en fase 0,5 solo podremos salir de medio cuerpo para abajo 🙃
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¡Wooooooow!, pero que fotos más lindas de la Isla de Ons, nunca había escuchado de ese sitio, y me ha parecido hermoso!!
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Galicia es un mundo aparte, incluso para los gallegos ☺️ Gracias por pasarte!
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A ti por mostrarnos esas bellas fotos!
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