Todo empezó en una playa.
“Aventura, en mi opinión, no es partir en busca del riesgo y poner tu vida en el filo de la navaja. Para mí, la aventura consiste en asomarte a ese lado de la realidad que no conoces, atreverte a pasar la línea de lo que ignoras. Todo viaje significa eso, porque cualquier viaje supone una ruptura de la normalidad, salirse de la vida cotidiana que repites a diario, alterar el orden de las cosas, colocarte en el lado opuesto al que ocupan el tedio y el aburrimiento. Y en cualquier momento surge, tal vez cuando menos lo esperas, la sorpresa». Poco más que añadir a las palabras de Javier Reverte.
Año 1996. Nace la oveja Dolly, el primer animal clonado. Los Ramones se separan después de su último concierto. Pavel Nedvěd es el futbolista de moda. Supongo que pasaría algo más, pero no creo que sea más relevante que esto. En Tarragona, mientras tanto, un niño aterriza tras salir de Galicia por primera vez en su vida. Lo que más le llama la atención no es el avión en el que acaba de volar, ni siquiera que allí a las zapatillas les llamen bambas; es ver que en una playa kilométrica no hay sitio para colocar la toalla a las nueve de la mañana.

Para el recién llegado, en verano la Costa Daurada aplasta de calor. Menos glamurosa que la Costa Brava y menos hortera que la Costa Blanca, pero con kilómetros y kilómetros de arena tostada bordeada de pinos y palmeras. Como mis padres, muchos de los turistas que llegaban a Salou entonces desconocían los secretos de los senderos que recorren la costa, los populares caminos de ronda, entre calas y vestigios de la antigua Tarraco.
Habíamos quedado con un amigo en la estación de Sants, y no me podía creer lo grande que era. Veía a mis padres igual de perdidos, casi mareados, y pensaba que nunca seríamos capaces de regresar a Pontevedra, que vagaríamos eternamente por allí sin encontrar la salida.
Uno de los primeros recuerdos que tengo de aquel viaje a Tarragona es estar en un restaurante de comida casera, donde este amigo nos llevó a descubrir algunas delicias locales. Cual fue mi sorpresa cuando, para empezar, nos trajeron una fuente enorme de caracoles. Me sentí como Indiana Jones en el Templo Maldito, delante de aquella sopa en la que sobresalían dos ojos humanos. »Esto en Galicia no lo tenéis», dijo. »Porque somos gente normal», pensé para mí.

El 2020 no necesita presentación. Después de encapricharnos de por vida con el Delta del Ebro, regresamos a Barcelona por el litoral. En Altafulla, a las dos de la tarde, no se mueve ni una mosca. Pero miraba a mi alrededor y no salía de mi asombro: es un lugar encantador. Tras dejar atrás la Vía Augusta, la calzada romana más larga de Hispania, que se prolongaba desde los Pirineos hasta Cádiz, me acordé de las palabras de Reverte, y de cómo de cerca puede estar la sorpresa. El barrio marítimo está lleno de color, y lo que en el siglo XVIII fueron pequeños almacenes donde los pescadores guardaban utensilios de trabajo hoy se ha transformando en un anuncio vitalista de Estrella Damm.
Al fondo se avista el castillo de Tamarit, del siglo XI. Detrás de él, nos esperaba Cala Jovera, escondida entre las rocas y los muros de la antigua fortificación. La cala resultó ser un rincón idílico de aguas cristalinas y arena dorada. En la playa apenas había cuatro personas, y no voy a negar que me vine arriba. Tampoco es que me pusiera a bailar una sardana, porque esa sería una imagen de la que nunca se librarían los presentes, pero sí que me dejé llevar por la emoción.

En su ‘Dietario Voluble’, Vila Matas se cuestionaba cuándo empieza algo. »Si voy de viaje, en el momento de salir del avión se pone en marcha una trama. ¿Pero, en qué momento empezó realmente esa trama? ¿Fue al facturar la maleta, o más bien cuando paré un taxi para ir al aeropuerto, o cuando la azafata se negó a darme más de un periódico, o cuando, diez años antes, comencé a soñar ese viaje?»
Para Ángela y para mí, este día es muy especial. El verano baja el telón, y de ahora en adelante, habrá una tercera persona con nosotros. De modo que, la aventura de Valentina empieza aquí. En esta playa de Tamarit. A la sombra de un castillo. Cuando se acaba el verano.
¿O más bien todo empezó delante de aquella fuente de caracoles?