Trekking de Hsipaw a Pankam por el remoto Myanmar

Desde que tengo uso de razón he tenido clarísimo que en caso de guerra me haría el muerto nada más llegar, por si cuela. A partir de cierta edad, los valientes también lo creen. Porque a partir de cierta edad la gente te dice que ya no eres el de siempre, que no tienes buen aspecto, que has engordado. Y te lo dicen como si todavía no lo supieses. A mí mentidme a la cara, por favor. Durante las seis horas de trekking de Hsipaw a Pankam mastico la idea de que a partir de una edad, la tranquilidad es fundamental.

Hsipaw, pronunciado sipoh, es un pueblo tranquilo situado a 200 km al norte de Mandalay. Rodeada de colinas redondas, se encuentra junto a uno de los perezosos meandros del río Myitnge. Y aunque podría ser una ciudad pintoresca en sí misma, los viajeros llegan hasta aquí con planes para explorar a pie las áreas rurales de las montañas. 

Trekking de Hsipaw a Pankam
¿Quién se ha llevado los árboles? a) Roger Rabbit b) China c) Sirius Black
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El incomparable camino de la aventura

Para nuestra sorpresa, al llegar al hotel y preguntar qué opciones hay para hacer trekking por los alrededores, nos dicen que muchas de las áreas circundantes están siendo disputadas entre el ejército birmano y varios grupos armados de minorías étnicas locales. »¿Es peligroso?», pregunté. »Hay soldados en los caminos, podría haber problemas en cualquier momento», dijo. Aprovechó la coyuntura para ofrecer sus servicios como guía por un precio muy por encima de nuestro presupuesto. No nos convenció. El hotel estaba prácticamente vacío, y parecía un intento desesperado por lucrarse a nuestra costa. 

A la mañana siguiente, Ángela y yo debatíamos en el desayuno qué hacer en Hsipaw. ¿Habría peligro real? ¿nos las podríamos apañar solos? Sin ni siquiera un «Dr. Livingstone, supongo», un español que estaba en la mesa de al lado nos oyó y dijo: »Acabo de volver. Si no me dicen que hay un conflicto ni me habría enterado. Hacedlo, no lo dudéis». Decía Stendhal que lo malo no es el amor, sino la incertidumbre, porque la incertidumbre engancha. En un viaje sucede lo mismo; le da al viajero la energía necesaria para seguir avanzando. Habíamos venido a Hsipaw para explorar las aldeas cercanas, y no queríamos recular.

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Pankam es un pequeño tesoro del rural birmano
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Haciendo autostop recuperamos el tiempo perdido en el primer tramo del trekking de Hsipaw a Pankam

En mi cabeza, el trekking de Hsipaw a Pankam comenzaría del mismo modo en que Henry Hill entra en el Copacabana en ‘Uno de los nuestros’. Como si dominásemos completamente el terreno. Pero nada más lejos de la realidad; lo que debían ser veinte minutos se convirtieron en casi dos horas caminando a través de los arrozales de Hsipaw, uno de los pocos lugares donde hemos estado que el Maps muestra como un vacío cartográfico, sin carreteras, caminos o referencias. No desesperamos pese a nuestra torpeza, y además, me consuela pensar que todavía existen situaciones en las que Google no puede ayudarnos.

Al salir de aquella encerrona, vimos a lo lejos un control de seguridad. Distinguimos algunos hombres armados en un puesto de control, una barrera en el camino de tierra. Varios soldados del ejército nos escudriñan, pero sus curiosas sonrisas pronto nos tranquilizan. Estábamos en territorio de los Palaung, una de las tribus montañesas más antiguas del sudeste asiático, que ocupan las colinas boscosas del estado de Shan, cerca de las fronteras tailandesa y china. Tradicionalmente son cultivadores de té y todavía residen en pueblos que salpican las laderas por encima de los 1.500 metros, la altura idónea para plantarlo. 

A medida que fuimos ganando altura el camino se volvió árido, sacudido por el polvo que levantaban los agricultores y búfalos de carga. Vimos más soldados protegiéndose del calor bajo un árbol, extrañados a nuestro paso. Y a última hora de la tarde, llegamos a Pankam. La aldea la conforman varias casas de madera con tejados de hierro azul y gris, que se destacan en medio de un mar de hojas de palmera verde. Las casas fueron construidas sobre pilotes torcidos, como si anticiparan inundaciones frecuentes. En lugar del habitual ‘Mingalaba’ que nos habíamos acostumbrado a escuchar en las calles de la histórica Rangún, era ‘Jam-sa’ lo que sus habitantes decían tímidamente.

Hsipaw Pankam Trekking
Verde que te quiero verde
Myanmar alojamiento
La vida sin grandes pretensiones

A pesar de que en Myanmar acoger extranjeros en casas particulares está actualmente prohibido, como resaca de los malos tiempos, enseguida se nos acerca un señor ofreciéndonos alojamiento. Tenía aspecto de saber montar los muebles de Ikea sin mirar las instrucciones, y aceptamos enseguida. Fue todo un acierto; a pesar de que solo nos podíamos comunicar con gestos, tanto él como su mujer fueron encantadores con nosotros.

Una vez instalados, me invadió una total sensación de euforia por estar en un lugar donde el paisaje natural seguía siendo imperturbable. La comida que nos ofrecieron, sin embargo, no nos apasionó precisamente. Entre mis muchas perversiones culinarias está la de ser firme defensor de la pizza con anchoas, pero el arroz frío, la ensalada de hojas de té o los pepinillos con vinagre no es algo que me entusiasmen particularmente.

Debido a que la mayor parte de la región todavía vive en una era pre-eléctrica, la casa funciona con su propio generador, y cuando la energía se apaga por la noche, la oscuridad se siente en plenitud. De hecho, sin toda la contaminación lumínica a la que nuestros ojos urbanitas se han acostumbrado, las estrellas brillan de tal forma que parecen artificiales, casi psicodélicas. De madrugada, al ir al lavabo (oportunamente situado en el exterior de la vivienda) las estrellas fueron nuestro consuelo, y nos quedamos mirándolas embobados, del mismo modo que uno ve a Scarlett Johansson perder el tiempo en su habitación del Hyatt de Tokio.

Trekking Hsipaw Pankam
¿Quién dijo miedo?

A partir de cierta edad tampoco nos dejan tener referentes, y es una pena porque a mí me daba tranquilidad tenerlos, sentir que formo parte de un bando, que estoy con “los míos”, y que esa pertenencia casi te hace tan venerable como a quien idolatras, aunque no tenga ningún sentido.

Porque a partir de cierta edad, la tranquilidad es fundamental. Ahora, inmerso en ese viaje sin retorno que es la paternidad, ya no tengo tan claro que nos hubiésemos aventurado en aquel trekking de Hsipaw a Pankam. Cuando tienes hijos, de pronto tú, con tus miedos, tus tonterías y tus defectos, te conviertes en su mayor referente.

Y eso tiene menos sentido todavía.

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