La semana pasada estuvimos unos días en Collioure, en el sur de Francia. Un pequeño tesoro a tiro de piedra de Barcelona. Playas con vistas a un castillo que alguna vez fue poderoso y un faro que marca el lugar donde los Pirineos se encuentran con el mar. No es de extrañar que artistas como Henri Matisse, André Derain o Pablo Picasso hayan pintado aquí en un momento u otro. De hecho, Matisse y Derain produjeron nada menos que 242 obras, lo que convirtió a la iglesia de Collioure en uno de los lugares más pintados de Francia, a la par con el Moulin Rouge o los lirios de Monet.
Cada viaje tiene su particular momento Match Point: cuando la pelota golpea la red, cuando la pelota está en el aire, hay dos posibles salidas: la realidad o lo que te habías imaginado. Nuestra moneda al aire se llama Valentina y tiene once meses. Actúa de forma imprevisible, trastoca tus planes, requiere acciones que no tenías en mente; es de las cosas más complicadas de la paternidad, como en todo viaje: reciclarse y amoldarse a las circunstancias.



En nuestra cabeza las cosas siempre parecen mejores. Hace veinte años yo iba por ahí bebiendo crema de whisky con cacaolat. Tenía mucho tiempo libre. Entonces, uno deja de hacer cosas porque no quiere hacerlas. Pero al hacerte mayor no las haces porque, simplemente, no puedes. Viajar con bebés puede ser una experiencia de unión como ninguna otra. Más a menudo, es como experimentar los nueve círculos del infierno. Aplazar planes es nuestro estado natural. Visitar un mercadillo, comer, descansar; todo para más tarde, con suerte.
Toda mi vida he querido ser detective privado. De los que llevan sombrero, gabardina y tienen la mirada afilada, como Rex Banner o mi bisabuela Elvira. Ya que no puedo tener nada de eso, espero que la paternidad me proporcione todas esas cualidades que se suponen adheridas a los adultos. Porque los bebés son un fascinante enigma. Con ellos nunca se sabe que viene a continuación. Valentina vive así, como si tocara música siguiendo un compás que solo ella puede interpretar. A ratos parece Ray Charles, a ratos solo ciega.
Mi propósito personal es que el día de mañana Valentina comprenda que lo hicimos lo mejor que pudimos, y que su presencia me impulsó a tratar de mejorar en todo. Es también lo mismo que suelo pedir a los lugares a los que viajar, algo más allá de lo puramente formal, porque me parece razonable ese trato.



Después de unos días, además de unas anchoas que alargan la esperanza de vida, lo que me llevo de la ciudad de los pintores es que parece que lleves toda la vida imaginando esta postal mediterránea al mismo tiempo que tienes la impresión de estar ante un lugar distinto.
Tal y como ocurre con los mejores cuadros.