El desierto del Lut | En ruta por Irán

Cuando era pequeño, uno de mis pasatiempos favoritos era echar unas partidas con mi hermano al Nintendo World Cup, un videojuego para la mítica NES. Podíamos jugar uno contra otro y, en una opción que era puro Black Mirror en 1991, cada uno podía elegir una selección y jugar un mundial completo, la mayoría contra rivales informatizados. Pero había un inconveniente: como la consola no era muy buena contra rivales humanos, mi hermano y yo siempre nos enfrentábamos irremediablemente en la final. Lo recordé mientras planificaba una ruta de viaje por Irán, preguntándome por qué en casi todo lo que leía se excluía el desierto del Lut de los itinerarios.

Porque los viajes a Irán que veía se parecían mucho a aquellos mundiales en 8 bits; la mayoría solían ser igual de previsibles, centrándose únicamente en el triángulo esencial: la legendaria Isfahán, la culta Shiraz y por último Yazd, la mítica ciudad del desierto. Pero la tentación nos conducía hacia el sur, a la provincia de Kerman. Nosotros llegamos hasta allí después de casi 15 horas en tren nocturno desde Teherán. Pura dinamita emocional. El tren en teoría es un plan perfecto, sencillo y sin fisuras, pero luego vienen los problemas. Uno de ellos puede ser tu compañero aleatorio de asiento. Porque si algo se puede reclinar no quiere decir que se tenga que reclinar. Pero de esa historia hablaremos en otro momento.

A través de un conocido foro de viajes di con el email de un profesor de Historia persa que vivía en los alrededores de Kerman; leí que ejercía también de guía ocasional por el desierto del Lut, incluyendo los servicios de transporte, comidas y alojamiento. Le contacté y nos vino a recoger personalmente a nuestro hotel. El asiento de atrás de su coche estaba lleno de libros de Historia en todos los idiomas posibles, carpetas y recortes de periódicos subrayados. Teníamos por delante un largo día de carretera y muchas preguntas. Porque, como todos los iraníes, Soroush tenía una curiosidad desmedida por saber más de nosotros y la vida y costumbres de Occidente.

Disparaba cuestiones del tipo »¿Cuánto cuesta un kilo de azafrán? ¿Cuántas cuencas de ríos hay en España? ¿Cuál es la mejor universidad para estudiar matemáticas?» Yo no paraba de inventarme las respuestas, con semblante muy serio. Vinieron más preguntas: »¿Cuántas playas nudistas hay en tu país?» Al ver que estaba pensando mucho la respuesta, dijo: »¿Ocho, nueve?» A lo que repliqué: »Ocho o nueve las hay solo en mi ciudad. Yo diría que tiene que haber unas trescientas». Su cara se agitó tanto como la de un peatón al que sorprende un vendaval inesperado. Tras un largo silencio, preguntó: »¿Y la gente, se quita allí la ropa o ya va desnuda de casa?».

“Una masa confusa de dunas enmarañadas e intransitables”, así describió el explorador Alfons Gabriel el desierto del Lut en 1938. Esta franja de tierra que atraviesa Irán es el lugar en el que se han registrado las temperaturas más altas de La Tierra (70,7 ºC), lo que lo convierte en uno de los entornos más áridos e inhóspitos del mundo. Por las fotos que hemos visto, se intuye esa misma atmósfera inquietante y opresiva que desprende la música de Thom Yorke. Al llegar, somos recibidos por una combinación de tierra sumamente caliente y mucho viento, lo que hace que te sientas viviendo dentro de un secador de pelo encendido.

Soroush nos explicó que el interior del desierto está prácticamente desprovisto de vida vegetal. Pero los geógrafos que lo estudiaban habían descubierto vida animal, incluidos insectos, zorros y algunos reptiles. Cómo se mantiene unida esa cadena alimenticia sin plantas es un misterio. Pero al parecer, el paisaje completamente seco oculta una capa poco profunda de agua subterránea que también puede ayudar a sustentar la vida.

En los últimos años, los narcotraficantes de las cercanas fronteras afgana y paquistaní habían utilizado la parte sur del Lut como ruta de viaje. Nunca dejará de sorprenderme la capacidad y la tenacidad del ser humano para reinventarse constantemente en el tráfico de drogas, pero ese es otro tema. Al atardecer, valoramos seriamente la posibilidad de quedarnos a pasar allí la noche, pero Soroush nos disuadió rápidamente cuando mencionó »serpiente flecha, escorpión dorado y escorpión negro», entre otros atractivos. Unos días después, coincidimos con otros viajeros que sí lo habían hecho, y nos arrepentimos de echarnos atrás.

Optamos por dormir en casa de sus padres, en el oasis de Shahdad, a poca distancia -relativamente- de allí. Comprobamos, una vez más, que los iraníes con la alimentación tienen mucho de abuela gallega. Nunca es suficiente comida, siempre estás muy delgado, solo puedes parar una vez que relames todas las tarteras de la casa. Después de la cena, Soroush y su padre trajeron una pipa de fumar con una cajita. Nos pidieron que no sacásemos fotos, cuando ni siquiera teníamos la cámara a mano.

Cuando vimos el opio, se instaló un silencio extremadamente cortante entre nosotros, como si hubiese alguna cuenta que saldar. Me ofrecieron fumar un poco, pero después de unos días sin poder acercarme al alcohol, me pareció algo fuera de lugar. Sería como hacer una de esas dietas absurdas en las que recuperas el doble de peso tan pronto te comes un trozo de tarta.

En realidad, lo mejor de viajar al desierto del Lut no es ningún secreto: de tanto en tanto el envoltorio de un viaje cambia, pero las inquietudes siempre son las mismas; descubrir, observar, escuchar, contar. Lo importante es la esencia. La época es tan anecdótica como la IA de una Nintendo de 1991.

La esencia es la clave.