En su camino hacia China, Marco Polo describió Yazd, una ciudad en el desierto de Irán, como un lugar »hermoso y noble». Cientos de años después, y muy conscientes del estatus de la antigua Persia como estado paria, los iraníes que nos abordaban (»Meester! Meester! Welcome to Irán!») solo querían tener la seguridad de que estuviésemos a gusto en su país. Lo que nos empujó a viajar aquí, entre otros motivos, fue el deseo de saber más cosas de primera mano, ese anhelo revitalizante que nos envuelve y nos empuja a algunos a hacer las maletas. Después de todo, existe una cosa llamada curiosidad, y ese afán fisgón ha gobernado siempre nuestra vida.
Según la UNESCO, Yazd es una de las ciudades más antiguas de la Tierra. Asentada en una encrucijada entre dos grandes desiertos (Kavir y Lut), se ha conservado maravillosamente gracias a un calor perpetuo, asfixiante y a veces, un tanto triste. Durante su larga historia se ha salvado de la devastación de los invasores árabes y del entrañable imperio mongol. Hoy, su casco antiguo, con sinuosas callejuelas donde perderse y descubrir sus encantos, es famoso por sus textiles y alfombras (ninguna de ellas voladora, ¡qué decepción!).



El verdadero latido de la ciudad se puede encontrar deambulando por aquí. Pronto nos encontramos sumidos en las sombras de un bazar olvidado, con una magnífica arquitectura de barro persa. La Mezquita del Viernes, del siglo XII, tiene la fachada más alta de Irán, flanqueada por dos extraordinarios minaretes. Caminando por Yazd, tenemos la sensación de que todo el encanto del viejo mundo se aparece ante nosotros.
Yazd es también el lugar donde se encuentra la pequeña comunidad zoroástrica de Irán. (Advertencia: las cosas se van a poner asquerosas por aquí). Esta religión, siguiendo las enseñanzas del profeta Zoroastro, considera al cadáver humano un elemento impuro, por lo que está estrictamente prohibido que contaminen la tierra. Por eso, los cuerpos se trasladaban a las Torres del Silencio, donde su carne era consumida por los buitres (en serio, todavía estás a tiempo de abandonar). Una vez devorados, y cuando los huesos se volvían de color blanco, debido al calor y el tiempo, eran arrojados al osario público. Las Torres se utilizaron hasta bien entrado el siglo pasado, cuando el gobierno iraní impuso el cierre y la modificación del culto.
Siguiendo la antigua ruta de las caravanas a través de los desiertos de Persia, llegamos hasta un templo donde un fuego sagrado ha ardido durante 1.500 años. O al menos, eso dicen. El fuego es uno de los elementos característicos de esta religión, que ven este elemento como un símbolo de la divinidad, hasta tal punto que, en otros tiempos, se conocía a sus seguidores como “Adoradores del Fuego”.



En el calor del verano, en Yazd, una ciudad en el desierto de Irán, una taza de té caliente normalmente habría sido mi último deseo en vida. Sin embargo, sus casitas de khesht (adobe) y torres bagdir (literalmente, atrapavientos) son tan diferentes a cualquier cosa que podría esperar que uno simplemente se deja llevar por la corriente. Ya sabéis, »donde fueres, haz lo que vieres». Desde el tejado de nuestro alojamiento, y viendo el particular skyline de la ciudad, nos sentimos muy muy lejos de casa; para nosotros, una sensación extrañamente reconfortante cuando estamos viajando por ahí.
Los atrapavientos, esas estructuras altas con forma de chimenea, sobresalen de los tejados de las casas más antiguas en las ciudades desérticas de Irán. Desde los antiguos persas y egipcios hasta los babilonios y los árabes, las civilizaciones se han esforzado por adaptar su arquitectura a los climas crueles de sus entornos mediante el desarrollo de métodos de ventilación natural. Así, en un bagdir, orientado estratégicamente, al soplar el viento, una pared interna lo recoge y lo canaliza hacia el interior de la casa, conectándolo con los depósitos subterráneos de agua, y empujando a su vez el calor del edificio hacia afuera, que sube por los conductos libres del lado opuesto.
Tienen, además, un sentido estético y social, ya que mostraban el poderío de las familias que los hacían construir. Cuanto más altos, más riqueza. Bagh-e Dolat, palacio residencial de un antiguo gobernante persa, cuenta actualmente con el atrapavientos más alto de Irán (33 metros).



Y aunque Irán se encuentra a menudo en los titulares por las razones que todos sabemos, el país antes conocido como el Reino de Persia es un destino increíblemente hospitalario con muchos alicientes por descubrir. El hecho de que Irán no encabece lista alguna de lugares pendientes del turismo masivo significa que aquellos con una mente abierta probablemente disfrutarán de sus riquezas casi en solitario.
Desde los tiempos en que Marco Polo estuvo en Yazd, la única constante que no ha cambiado con los años es la voluntad humana de hacer conexiones. El intercambio, ya sea de productos, ideas o conocimiento, ha sido un gran impulso para el progreso en todo el mundo.
Después de todo, por muy lejos que llegues, nunca te cansas de viajar. Eso tampoco ha cambiado.
Yo creo que no entraste en la tienda de alfombras adecuada para comprar una voladora. Cada vez que veo una foto de Irán me entra cosquilleo en los pies y en mi mochila. Feliz semana.
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Lo más cerca que he estado de una alfombra voladora fue aquella vez que me la jugué poniendo dos pinzas en el tendal en lugar de tres 🙂 Deberías ir a Irán cuanto antes, para mi es de esos lugares que no se comprende que no estén entre los más visitados, por historia, por hospitalidad y por patrimonio cultural. Un abrazo!
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Que buenos recuerdos tengo de Yazd, me encantó, si cierro los ojos regreso allí y me veo tomando un zumo de granadas mientras veo las torres de viento y las azoteas de la ciudad. que sitio tan espectacular. Un abrazo
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Yazd también me pareció espectacular; ya no se hacen ciudades como esta, desde luego 🙂 Pocas veces he sentido tanto que estaba viajando como lo sentí allí, entre todo aquel montón de adobe y arena. Que nos dejen volver pronto 🙂 Un abrazo!
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Estuve en Irán hace 3 año y viajé sola, contra el horror de todos los miembros de mi familia influenciada por la mala propaganda que en occidente se le hace. Podría aseverar que es el país más amable de todos los que he visitado. Encontré un pueblo de gente hospitalaria, que te agradece que los visites, se toma fotos contigo y hasta sin conocerte, no te permite pagar la cuenta, si te la topas en una tetería. Aseguro también, que talvés es el mejor viaje que he hecho y disfrutado. Sus monumentos, muchos patrimonio de la humanidad, son hermosos y con excelente mantenimiento. Adicionalmente y talvez por el régimen, uno se siente seguro a cualquier hora y en cualquier momento. Por último, aunque eres muy importante como turista, nunca te ven como un euro o dólar caminante.
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Es un viajazo! Para estos tiempos en los cuales se prostituye tanto la palabra ‘auténtico’, Irán es un regalo para el turista. Nosotros íbamos con expectativas altas, y nos gustó incluso más. De la seguridad nos preocupamos los primeros 10 minutos. Un país para descubrir, sin duda 😋
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