Si vemos un mapa de África a simple vista, observamos que el continente está rodeado por numerosas islas. Madagascar, Zanzíbar o Cabo Verde son claros ejemplos de ello. Pero, si miramos el mapa con atención, nos daremos cuenta de que hay cientos por encontrar, algunas de ellas tan pequeñas que necesitamos recurrir a toda la precisión de Google Maps para poder ubicarlas. Isla de Mozambique es una de esas últimas, un auténtico paraíso por descubrir en el sur de África.
Al comenzar esta nueva aventura, mentalmente no estábamos del todo bien. Tras nuestra inoportuna cita con la malaria, nos sentíamos como una de esas caravanas del lejano Oeste que ha sido asaltada, pero que seguía abriéndose camino como podía a través del desierto. Nos dirigíamos hacia Mozambique, un país que, a juzgar por lo leído, considerábamos no tan subdesarrollado como Malawi. Pero el progreso es un río muy engañoso, cosa de la cual nos percatamos nada más meternos en la corriente y llegar hasta la frontera, donde unos mercenarios nos esperaban con el cuchillo entre los dientes.
Cruzar una frontera terrestre siempre nos genera inquietud. En Mandimba, en medio de ninguna parte, no éramos personas, no teníamos nombre, ni edad, ni profesión; Tan solo éramos dos blancos. La corrupción es un instrumento que utiliza la autoridad para actuar impunemente y eso, en Mozambique, es un día más en la oficina. Tuvimos que desembolsar cien dólares cada uno para que nos dejasen entrar en el país, el doble de lo estipulado. Estos son los momentos en los que sentimos realmente la soledad, cuando te enfrentas al abuso de poder sin castigo. No tuvimos opción. Decidimos olvidar lo antes posible aquel episodio y seguir disfrutando del viaje.


Aunque las cosas nunca son sencillas en este terreno. Acomodados en una chapa (así llaman aquí al transporte local), una furgoneta que había pasado su última revisión poco después del descubrimiento de la rueda, y con olor generalizado a humanidad, (¿cómo es posible que todavía haya gente que piense que mantener unos mínimos de higiene es delito?) yo insistía con la más estúpida de las preguntas: »¿A qué hora llegaremos?» Invertimos casi siete horas en hacer 150 km. Si hubiésemos ido corriendo habríamos llegado antes. Bueno, seguramente habríamos muerto asfixiados, pero como estamos hablando en el terreno de la hipótesis, lo hubiésemos logrado.
Nuestra manera de ser cambia mucho cuando estamos cansados. En general, nos gusta pensar que somos personas tranquilas en la medida de lo posible. Pero, en este momento, el adjetivo tranquilo no forma parte de nuestro vocabulario. ¿Preocupados? Sí. ¿Fatigados? Sí. ¿Ligeramente desequilibrados? Eso también. ¿Tranquilos? ¡Ni hablar! En conclusión, debemos de estar cansados. Quizá, por eso, fue imposible adaptarnos a Cuamba. Digamos que es una ciudad que está a años luz de lo que entendemos por destino turístico. Al menos, esa noche, mientras esperábamos la cena en el comedor de nuestra pensión, pudimos ver ‘Karate Kid’ en portugués (no lo habría encontrado digno de mención de no ser porque creo que una referencia de este calibre eleva el espíritu general del blog).
Al día siguiente, nos fuimos de allí en el único tren de Mozambique que todavía funciona y, diez horas después, llegamos a Nampula. Estábamos ya muy cerca de la meta. Isla de Mozambique está al sur de África, pero es un lugar perdido en el tiempo y el espacio. Después de que los portugueses se estableciesen en ella construyendo un fuerte, una iglesia y un hospital a comienzos del siglo XVI, su colonia se convirtió en un rico puesto comercial para los barcos que navegaban hacia y desde el este. Cargamentos de oro, marfil y esclavos fluían desde África a cambio de especias, telas y licores de la India y Oriente Medio.
Los coloridos edificios en decadencia de la ciudad nos recuerdan a diario nuestros días en La Habana, aunque este es un lugar mucho más apacible, relajado y silencioso. El fuerte de São Sebastião bien vale una visita. Sus murallas, engullidas por el tiempo y las malas hierbas, siguen imponiendo, y esconden una bonita capilla que resultó ser el edificio europeo más antiguo de todo el hemisferio sur.







Todo fue mucho más fácil a partir de nuestra llegada aquí. En Isla de Mozambique, como en otros lugares de África, nuestro motor de vida actual tiene más que ver con disfrutar de las cosas que con preocuparse por lo que deparará el futuro, lo cual confirma que pese a todo, tenemos emociones. Aunque aclarado esto, no deja de parecerme curioso cómo mejora tu estado de ánimo cuando te encuentras con una persona agradable, aunque esa persona sea una completa desconocida.
En otro capítulo especial de El mundo es un pañuelo, conocimos a Jero. Intenta calcular la probabilidad de encontrarte en una diminuta isla del sur de África con alguien que haya vivido los últimos cinco años a escasos minutos de tu casa. Esa persona era él. Además, ofrecía conversación mucho más allá de los diez minutos de trivialidades habituales: »¿De dónde eres?» »¿a dónde vas?» »¿qué has visto?». Compartíamos -y seguimos compartiendo- una curiosidad recíproca por la estupidez del otro.
Para hacer una excursión a una de las islas vecinas, decidimos alquilar un dhow, el clásico velero árabe. Redoble de tambores para nuestro enlace con el barco: Rui da Biblia. Decir que Rui da Biblia es un chico reservado sería como decir que Siria es emocionante: real pero con una urgente necesidad de matices. Igual que el africano medio, se fotografía en plan grave. Cuesta mucho verle sonreír en las fotos. En la vida real, su gesto es aún mas serio si cabe, pero nos cayó bien enseguida. »¿Estáis dispuestos a madrugar? ¿a pagar por adelantado? ¿a saltar por la borda en caso de chocar contra un iceberg?» Dijimos a todo que sí. Nuestro cinismo se vio recompensado con una rebaja considerable en el precio final.
El nuestro era un bote sin motor, con una vela hecha con sacos de arroz y dos baras de bambú que hacían la función de remos, capitaneado por un niño de diez años y un adolescente de diecisiete. ¿Qué podría salir mal? Todo, así que me vi forzado a agarrar mi conciencia, arrastrarla detrás del puerto y acabar con ella ayudado por un mazo. Mis esperanzas de conseguir llegar a nuestro destino estaban en un 60%, y me tomaba la excursión con la actitud relajada de quien practica una autopsia por primera vez. Insisto: nos lanzamos, con dos menores, al Índico, sin motor, sin remos y con una vela hecha con sacos de arroz. Y sobrevivimos. A la luz de los acontecimientos de las últimas horas, quedaba claro que nuestra vida estaba en algo parecido a la cresta de la ola.


Como ya hemos dicho en alguna ocasión, la hora crepuscular en este continente es la mejor hora del día. Los gallegos tenemos una expresión fantástica para describirla: nos referimos a ella como entre lusco e fusco. En Isla de Mozambique, como en toda África, apenas dura unos minutos, como si alguien apretase un interruptor y el día diese paso enseguida a la noche cerrada. Durante esos minutos los pescadores apañan sus redes, las mujeres recogen los puestos de telas estampadas con mil colores y nosotros apuramos toda la cerveza de la isla. La cerveza, por cierto, más barata de todo nuestro mundo recorrido. Barata, y también horrible. Si normalmente, entre la Estrella Damm y la Moritz elegimos suicidio, entre la Impala y la Manica elegimos vivir en un día de Año Nuevo perpetuo.
Llegar hasta este lugar ha supuesto un esfuerzo considerable. Cruzar el norte de Mozambique nos ha llevado al límite. No teníamos ni la más remota idea de donde nos metíamos ni que nos depararía el viaje. Y esa es la razón por la cual África es más interesante que cualquier otro continente que hayamos visto antes. Como la vida, está llena de lentas líneas argumentales que se desarrollan a lo largo de un tiempo indeterminado.
A veces nos alegran, aunque la mayor parte del tiempo nos hacen llorar. Pero casi siempre merece la pena verlas.
Me encanto !!! Bueno ya agradecidos de veros bien , y saber lo mucho k disfrutasteis , apesar de las duras jornadas k sufristeis, valio la pena , hacer tan largo viaje,, un abrazo chicos ….
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Un espectáculo de isla, ya tenemos ganas de volver 🙂
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A nosotros también nos encantó la isla, estuvimos en noviembre del 2018, así que poco después de vosotros 🙂 También nos encantó la región de Gurué, pegando a Malawi. Saludos!
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Es pequeña pero matona 😋 Nos quedamos con las ganas de ir a Gurué, demasiado país y poco tiempo, un clásico 🙃 Un saludo!
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